Revista Coaching
Acabo de cerrar en Oviedo la última semana de sesiones. A partir de ahora sólo queda poner en orden papeles, propuestas e impuestos y dedicarle a la familia todo el tiempo que no le dedico durante el curso. Llego al límite de mis fuerzas. Pero las últimas etapas han sido estupendas: Una sesión para el Master en Revenue Management de la Universidad Juan Carlos I, otra para el Forum de la Empresa Familiar de Canarias, otra para el equipo de ventas de Super Amara en San Sebastián, y otra en la convención de Lener en Asturias.
En el Principado además aproveché para comer en Casa Tataguyo en Avilés, un soberbio arroz caldoso con almejas con mi amigo Félix Navarro, de Tyco. Hablamos de la vida, de la muerte, de lo humano y de lo divino, y también de lo cansados que ambos llegábamos a las vacaciones. Félix también es un vicioso del avión y se tira la semana de un lado a otro. Sin embargo, ese esfuerzo extra que siempre nos exige esta época sin duda es tremendamente recompensado.
Una pareja de recién casados inició su luna de miel en Londres. Allí visitaron algunas de las mejores tiendas del centro de la capital británica. Al entrar en una de ellas se quedaron prendados de una hermosa tacita de porcelana. "¿Me permite ver esa taza?" preguntó la joven al dependiente, "¡nunca he visto nada tan fino!".
En las manos de la recién casada, la taza comenzó a contar su historia: "Usted debe saber que yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo era sólo un poco de barro. Pero un artista me fue dando forma entre sus manos. Tanto me moldeó que llegué a cansarme y desesperada le grité: "Por favor, déjeme en paz...!". Pero el artista sólo sonrío, y siguiendo con su trabajo me dijo "Aguanta un poco más".
Cuando pensé que mi tortura había pasado, puesto que sus manos dejaron de oprimirme y manosearme, me puso en un horno. ¡Nunca había sentido tanto calor!. Grité y grité mientras pensaba que mi vida se la llevaban aquellos miles de grados centígrados. Pero mirando por la ventanilla de la puerta pude ver los labios de mi amo decirme: "Aguanta un poco más".
Cuando por fin se abrió la puerta pensé que era mi liberación, puesto que me dejó en un estante y conseguí llegar a refrescarme, pero apenas me había refrescado volví a sus manos esta vez armadas con una lija y comenzó a raspar y lijar. Todavía no sé cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba a abajo y para colmo me aplicó una tras otra varias capas de pintura. Sentía que me ahogaba. "Por favor déjame en paz", le gritaba a mi artesano; pero él sólo me decía: "Aguanta un poco más".
Al fin, cuando pensé que todo había terminado me metió en otro horno, mucho más caliente que el primero. Ahí si que pensé que terminaba con mi vida. Rogué e imploré al artista que me dejara salir de aquel infierno. Lloré, grité, pero él, impasible, respondía lo de siempre: "Aguanta un poco más".
Me sentí abandonada, desesperada y realmente llegué a temer por mi vida, pero por alguna razón aguanté todo aquello. Cuando por fin se abrió la puerta mi artesano me tomó con sumo cariño, y me llevó a un lugar diferente, precioso, junto a otras tazas maravillosas, verdaderas obras de arte que resplandecían como en los cuentos. Me di cuenta que estaba en una fina tienda de porcelana, y que ante mí había un espejo que me demostraba que una de aquellas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo!.
El artista me dijo entonces: "Se que sufriste al ser moldeada por mis manos, pero mira ahora tu hermosa figura. Se que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, se que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia, y se que la pintura te provocaba nauseas, pero contempla ahora tu hermosura... y, ¿si te hubiera dejado como estabas? ¡Ahora eres una obra terminada! ¡lo que imaginé cuando te comencé a formar!".
Ese esfuerzo extra siempre supone una gran recompensa.