Revista Psicología
Érase una vez una historia del revés. Sus protagonistas los que menos hacen pero más ruido provocan. Los que menos aportan pero más se llevan. Los que más exigen y menos dan. Los que reclaman derechos sin obligarse a nada.
Los que saben llorar, maman. Y mucho. Aun sin merecerlo. Porque el que merece no llora.
Escenas obscenas por indecentes aquéllas donde se premia al egoísta con el regalo de la atención y se desatiende al generoso con humillante desconsideración.
Los bebés, que ya nacen desconfiados, saben que si no lloran a lo mejor no maman, así que lejos de esperar pacientemente a la diligente madre, le recuerdan exigentes su incompetencia: ¡Ya estás tardando!Y la buena madre, programada para acudir de inmediato, deja lo que esté haciendo y corre desesperada a atender. Su atención se centra en la demandante reclamación, que dista mucho de ser una petición paciente o amable. Los bebés de eso no saben.
Pues aunque parezca asombroso, no por mucho mamar se crece más temprano...De hecho, muchos adultos siguen siendo bebés a pesar de ser unos grandes mamones...
Porque si el que no llora no mama, el llorón es un mamón...¿no?
Con el tiempo se especializan en dos tipos: Los que aprenden a usar el llanto como arma compasiva (uy, pobre); éstos son peligrosos, porque dejan a su paso una ristra de sufridos culposos que siguen empeñados en “dar más, porque lo que le estoy dando no es suficiente”.
Y luego están los que utilizan el llanto agresivo como piedra arrojadiza: Te voy a descalabrar si no me das lo que quiero. Estos son los litigantes, los que chulean exigiendo, los que amenazan con liarla o con su soberana indiferencia. Los que explotan y pisan, los que aplastan con su enorme yo.
Lo triste del asunto es que el mamón lo es porque puede, porque le funciona, porque le renta. Porque siempre habrá quien se desespere por atenderlo Y no es asunto de compasión, sino más bien de culpa si no se responde o de miedo si no se cumple...El mamón no es criatura inocente, manipula. Sabe del enorme poder de la exigencia pasiva, y la ejerce con absoluta impunidad. El que mucho mama tiene un apetito voraz, insaciable. Pide, pide, pide, pero no da. Sólo arrincona a quien exige si éste no responde según lo previsto, provocando culpa o miedo.
Lo curioso del asunto por lo absurdo es que, el que nada recibe y mucho da, acaba siendo el hambriento acostumbrado al ayuno, de manera que las migajas que reciba del mamón le sabrán a exceso inmerecido que agradecerá con infinita deuda.
Y si esto es así, ¿qué atención destinamos a quien es respetuoso, amable o paciente con nosotros?
Con toda seguridad, “no llamará nuestra atención”...
Entonces, ¿Lo tomamos en la consideración que merece?
¿O tratamos mal a quien nos trata bien y tratamos bien a quien nos trata mal?
Para echarse a llorar...¿no?