Revista Comunicación

Si es gratis, no lo quiero: El valor de las cosas

Publicado el 12 julio 2011 por Dexposito @DA

 

Gratis
Sabemos que la palabra Gratis gusta. El Marketing de base nos enseña que es una palabra que a todo el mundo le resulta agradable. Atrae y muchas veces a nuestro usuario objetivo. Nos gusta lo gratis. Gratis siginifica que obtienes algo sin tener que ofrecer algo (al menos directamente) a cambio. Nos gusta.

Sin embargo, en muchas ocasiones abusamos de este término o “estrategia” sin tener en cuenta las consecuencias que esto tiene sobre nuestro producto, servicio u organización.

A todos nos gusta tener una factura gratis, o un producto alimentario gratis ¡una muestra gratis! Sin embargo ¿usaríamos un perfume gratis o barato? ¿Vestiaríamos algo que lo fuese? Supongo que no hará falta que recuerder el estrepitoso fracaso de los Perfumes Bic.

El precio no es únicamente un medio de intercambio de bienes. El precio otorga valor al producto y a nuestra imagen como organización y, sobre todo, el precio es crucial y totalmente determinante de la apreciación del producto por parte del cliente.

Un producto de precio bajo o gratis, tendrá un menor valor para el cliente que uno que lo tenga. Incluso teniendo la misma calidad. Podríamos poner el mejor caviar como muestra con otro producto alimenticio y la persona probablemente se lo ponga en un bocadillo para probarlo, porque, total, es gratis.

Lo mismo sucede con la afiliación. Cuando nos afiliamos a algo gratuítamente, le restamos valor, tanto a la institución o empresa, como a nuestra participación en ella.

Pero, entonces ¿cual es el precio ideal? 

Una vez decidido que “Gratis” no es lo ideal, debemos de tener en cuenta varios factores:

¿Buscamos rentabilidad o expansión? ¿Existen productos accesorios que puedan compensar el precio del principal? ¿Cual es el precio de nuestra competencia o microentorno? ¿En qué se diferencia su producto?

Y lo más importante ¿Cuanto estaría dispuesta a pagar el usuario por nuestro servicio o producto?

Este último factor, es el más relevante. El precio aceptable es aquel que está por encima de lo que el cliente consideraría bajo y por debajo de lo que consideraría caro.
Dependiendo de la imagen que queramos transmitir, subiremos o bajaremos ese precio.

En el precio deberemos de tener en cuenta el método de pago y la frecuencia. Un cliente español, por ejemplo, y a rasgos generales, preferirá pagar un producto puntual con tarjeta o transferencia que por domiciliación.

Asímismo, no tendrá problema en pagar 5€ al mes, aunque 60€ al año pueden darle un pequeño dolor de cabeza.

 

De cualquier modo, es importante tener en cuenta que, si queremos que el usuario o cliente aprecie nuestro producto o servicio este ha de tener un precio. Sobre todo, si es el único que ofrecemos.

Lógicamente, con esto no quiero decir que el cliente no vaya a apreciar un producto gratuíto. Pero, creedme cuando os digo que, por ejemplo, en una asociación, su actividad será menor si paga poco o nada, que si paga una cantidad considerable.

Implantar esta filosofía a posterior tiene, por supuesto, sus riesgos. Habrá personas que hayan llegado a nosotros únicamente por el precio (o la carencia de este). ¿Podemos prescindir de ellos para abrirnos a un público mayor y más activo?

 

Os animo a que dejéis vuestros comentarios y/o experiencias ¡Que seguro que tenéis alguna relacionada con ello!

 


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