Mienten para tranquilizarnos Mariano Rajoy, François Hollande o Barack Obama al afirmar que el islam es ajeno a los atentados que este viernes de Ramadán causaron más de un centenar de muertos en Francia, Túnez, Kuwait, Somalia, Yemen y en países con enfrentamientos sectarios entre sunitas y chiitas.
David Cameron, asustado por el creciente poder y número de los fanáticos islamistas en el Reino Unido, ha querido apaciguarlos como Chamberlain a Hitler diciendo que la suya es una “religión de paz”.
Que haya cientos de millones de musulmanes pacíficos es un milagro. Su fe fue creada por un profeta guerrero que ejecutaba a quienes no se le rendían, que hacía esclavos a sus mujeres y niños, cuyas propiedades repartía como botín de guerra, y que ordena ejecutar a los apóstatas.
Que en siglos no muy lejanos hubiera cristianos que provocaban guerras religiosas o que mataban a los no creyentes o a los heterodoxos es también una realidad, a pesar de que su fundador, al contrario que Mahoma, predicaba el amor y se dejó crucificar sin resistencia.
Las sociedades dominadas por ideologías o religiones cuyos propagandistas proclaman verdades absolutas y excluyentes de las demás tienden a ejercer la violencia, mientras que cuando la razón atenúa la fe nace la tolerancia, algo que la civilización cristiana practica ahora.
Aunque el Papa Francisco comparara los atentados de enero en Paris contra el semanario Charlie Hebdo, que caricaturizaba a Mahoma, con un puñetazo a alguien que había ofendido a su madre.
Estamos ante un avivamiento de la fe islamista, la que elige los párrafos del Corán y los hadizes más agresivos en la demanda de Mahoma de conquistar con la paz o la guerra el mundo para Alá.
Islam significa sumisión, entrega, esclavitud a Alá, y eso es lo que imponen los islamistas, tanto sunitas como chiitas.
Sí, la causa es la religión, aunque haya musulmanes pacíficos que prefieren las aleyas coránicas menos agresivas.
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