medievalista, cartógrafo, aprendiz de sabio,que me puso en la pista del primer vídeoy lo comentó con elocuencia contagiosa.
Como soy una persona culta hay libros que tengo que leer porque los tengo que leer. Son infinitos. Son obligados. Y yo soy solo una persona y ni siquiera me dedico exclusivamente a leer. Es más: leo muy poco tiempo cada día. De manera que mi lista de libros imposibles crece, y crece, y crece. (Nadie me obliga. Bueno, en realidad me obligo yo solo, porque siento que lo necesito).
En todo caso, sea tan enorme como sea la montaña de libros pendientes (y por cada uno que leo entran otros tres o cuatro nuevos), hay algunos que, ya digo, tengo que leer si quiero seguir mirándome en el espejo sin que se me caiga la cara de vergüenza, pero, sobre todo, si quiero seguir mirándome con alegría y con algo de sentido. Uno de ello es, era, Matadero cinco, de Kurt Vonnegut.
Podríamos decir que es una de las "novelas fundacionales" postmodernas. ¿Y eso qué es? Pues no sé qué deciros. Una novela fluida, sin género determinado, que puede disolverse y contradecirse donde quiera, que no es rígida, que se permite trivializar algunas situaciones trágicas y tremendas y "tremendizar" algunas situaciones triviales. Una novela de guerra, de niños en la guerra, del bombardeo de Dresde (que sufrió el propio Vonnegut) de cautiverio (que también sufrió), de soledad, de familia mal comunicada e incomprendida, y de extraterrestres muy dominantes. Lo normal.
Digo, lo diré, que la novela me gustó pero no me descubrió la verdad de la vida ni la trascendencia del mundo. Tampoco creo que lo pretendiera. Pero me hizo descubrir a un escritor que me cae francamente bien.
Hoy lo traigo a este blog por su tío Alex, que "era un graduado de Harvard y un hombre sabio que vendía seguros en Indianápolis". Aquí os pongo un vídeo en el que habla de él. Son diecisiete minutos y medio porque antes habla de formas de historias, que también está muy bien. Pero lo del tío Alex que quiero comentar va desde el minuto 14:07 hasta el final.
Pienso a menudo en la cantidad de momentos buenos que he tenido y sigo teniendo en la vida, y en cómo, de qué manera tan natural, he creído que iban a repetirse por siempre: las visitas a casa de mi tía Celia, la costumbre de desayunar en tal sitio, una comida y tertulia mensual con compañeros en Toledo, los ensayos de los jueves en la big band, el café con mis padres... Pero todo se termina, y lo hace de golpe, y se nos queda una cara de bobos de lo más ridícula y patética. "Ah, ¿pero que ya no hay más?" Pues no. Se acabó. Y entonces pensamos que no celebramos ni disfrutamos lo suficiente cuando pudimos. Esa es la esencia de la vida y la de nuestra estupidez: que no nos damos cuenta de lo felices que somos cuando somos felices.
Ya; ya sé que esto lo decimos a menudo y no hacemos nada. Pero hay que insistir; hay que hacer lo que hacía el tío Alex: levantarnos en medio del transcurso rutinario y desatento de las cosas y exclamar: "Un momento; parad. Si esto no es bonito yo ya no sé qué es bonito".
(También añado que tuve la enorme suerte de tener ese profesor que dice Vonnegut al final. Le digo su nombre al oído a la persona que tengo al lado. Siempre he sido un tipo con suerte).
(Vonnegut dice de su tío, como elogio: "Era un tipo infantil", y me hace recordar una vez más a mi amigo Francis, que tiene como lema: "Nunca es tarde para tener una infancia feliz". Creo que tomó la frase de algún lado, pero para mí es suya, y además él es así; es como el tío Alex: un hombre sabio, un tipo infantil).
Otra delicia de Vonnegut, y esta vez para colmo leída e interpretada por el gran actor Ian McKellen, es la carta que escribió a los jóvenes estudiantes de un instituto de Nueva York que habían enviado cartas a sus escritores favoritos (pero al parecer solo les contestó él, y encima excusándose por no poder ir porque tenía 84 años y, según decía, el aspecto de una iguana).
Estoy completamente de acuerdo. No podemos hacer otra cosa. Y no se trata de buenismo facilón de que todos somos artistas estupendos y lo hacemos maravillosamente bien. No. Casi todos somos artistas pésimos y lo hacemos horriblemente mal, pero nuestra vida es hacerlo. Hacerlo, como dice Vonnegut, para que nos crezca el alma. (Sea eso lo que sea). ¿Qué vamos a hacer si no? ¿Vivir como una lata de espárragos?
Todos los niños dibujan, pero la mayoría lo dejan cuando crecen porque se dan cuenta de que lo hacen mal. E incluso les deja de gustar porque sienten que lo hacen mal. Si me permitís la grosera comparación, es como si nos dejara de gustar la práctica de las relaciones sexuales porque pensáramos que no la hacemos bien. Vamos, no es que yo quiera meterme en intimidades, ni propias ni ajenas, pero tal vez deberíamos reconocer que, en general, no somos precisamente atletas sexuales.
-¡Oye, habla por ti!
Y no por ello renunciamos a seguir intentándolo.
Pues entre unas cosas y otras aún no he entrado en materia. Lo dejo para la próxima entrega. Entre otras cosas me he puesto a escribir esta entrada para hablaros de esta fotografía:
"Un momento; parad. Si esto no es bonito yo ya no sé qué es bonito".
Comer con amigos, celebrar la bondad, la inteligencia y el compañerismo, intentar aprender a comer con palillos, payasear, hablar por teléfono con Emilio, tocar cada vez peor el saxo, leer, ir a Madrid de vez en cuando y tomar el metro, escuchar y hablar, reír, coleccionar achaques, hacer el ridículo, ver películas, salir con mi familia, intentar pintar y que salga una semicastaña(1), conocer gente, refugiarse, abrirse, salir con Pedro y Eva, dar clase, estar despistado, estar centrado.
Suelo salir muy mal en las fotos, feo y gordo, y a menudo con una expresión ensimismada que se aproxima mucho a la estupidez. Pero esa foto me encanta por cómo salimos mi compañera Fermina Garrido y yo y por lo bien que lo estamos pasando.
Es una bendición.
"Un momento; parad. Si esto no es bonito yo ya no sé qué es bonito".
-------------------------------(1).- Ni siquiera soy tan malo, maldita sea, como para que me salga una castaña de verdad.