Revista Cultura y Ocio

Si Kafka fuera una mujer, Hélène Cixous

Publicado el 03 diciembre 2025 por Kim Nguyen

Era una mujer casi increíble. O, mejor dicho: una escritura. Einstein decía que, algún día, a la gente le costaría creer que hubiera existido jamás un hombre como Gandhi, de carne y hueso, sobre la tierra.

Nos cuesta, pero también nos reconforta, creer que Clarice Lispector haya podido existir, muy cerca, ayer, tan lejos, antes que nosotros. Kafka también es irrecuperable, excepto… a través de Clarice Lispector.

Si Kafka fuera una mujer. Si Rilke fuera una brasileña judía nacida en Ucrania. Si Rimbaud hubiera sido madre y hubiera llegado a cincuentona. Si Heidegger hubiera podido dejar de ser alemán, si hubiera escrito la Novela de la Tierra. ¿Por qué cito todos estos nombres? Para intentar perfilar el terreno. Por ahí escribe Clarice Lispector. Ahí donde respiran las obras más exigentes, ella avanza. Pero luego, donde el filósofo pierde aliento, ella continúa, va aún más lejos, más lejos que cualquier clase de saber. Después de la comprensión, paso a paso, se adentra estremeciéndose en el incomprensible espesor tembloroso del mundo, con el oído finísimo, alerta para captar incluso el ruido de las estrellas, incluso el mínimo roce de los átomos, incluso el silencio entre dos latidos del corazón. Vigía del mundo. No sabe nada. No ha leído a los filósofos. Y, sin embargo, a veces juraríamos oírles susurrar entre sus bosques. Lo descubre todo.

Todos los momentos paradójicos de las pasiones humanas, los dolorosos maridajes de los contrarios, que constituyen la mismísima vida, miedo y valentía (el miedo es también valentía), locura y sabiduría (la una es la otra como la bella es la bestia), carencia y satisfacción, la sed y el agua… Nos descubre todos los secretos, y, una a una, nos brinda las mil claves del mundo.

Y también esa experiencia suprema, sobre todo hoy en día, consistente en ser-pobre a fuerza de pobreza, o a fuerza de riqueza.

Allí donde el pensamiento deja de pensar para convertirse en un arranque de alegría, ahí escribe Clarice Lispector. Ahí donde la alegría se hace tan aguda que duele, ahí nos hace daño esta mujer.

Y también en la calle: pasa un hombre apuesto, una anciana, una niña pelirroja, un perro asqueroso, un cochazo, un ciego.

Y, bajo la mirada de Clarice Lispector, cada acontecimiento despunta, lo común se barre y muestra su tesoro que es, precisamente, común. Y, de repente, ahí está como un vendaval, como un incendio, como un mordisco: la vida.

Hélène Cixous
La risa de la medusa
Traducción de Ana María Moix
Anthropos Editorial

Foto: Clarice Lispector


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