Revista Educación

Si la piedra fuera azul

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Si la piedra fuera azul

Pedí hora para ver a un psicólogo. Un hombre de unos sesenta años que usaba camisas de manga corta a cuadros y tenía siempre sobre su escritorio, o a ratos en sus manos, una pipa vacía.
Me senté en el sillón y dije.
-Doctor, la vida no tiene sentido. Lo sé desde que tengo once años, lo supe desde siempre. Cuando estaba en sexto y me volvieron a coger la última para el equipo, ahí entendí todo. Yo la crisis de los cuarenta la tuve a los once.
Después cerré los ojos y dormité unos diez o quince minutos. Cuando me desperté lo saludé y me fui.
A la semana siguiente volví a ir. Saludé, me senté.
-La felicidad no existe, doctor. La felicidad es una zanahoria para que sigamos como podemos, como nos sale, andando. Pero cuando 'eso' se transforma en 'esto', ahí estamos nosotros, con la misma tristeza de siempre. Acercarse y nunca llegar, decía la canción. No importa qué canción.
Encendí un cigarro, di dos caladas. Lo apagué sobre un simpático cenicero con forma de mano, de mano abierta hacia arriba. Era de bronce, el cenicero, o de algún metal. Tenía una piedra roja en el centro exacto de lo que sería la palma de la mano, el cenicero. Y a mí me pareció que el cenicero sería mejor, quizás el mundo sería mejor, si la piedra fuera azul. Me fui.
A la semana siguiente.
-No me interesa nada, doctor -dije-. Me despierto a la mañana y no se me ocurre ningún motivo para salir de la cama. Probé comer chocolate en el desayuno, o echarle ron al café. Pero nada, sé que lo que me suceda durante el resto del día va a ser una horrorosa y repetitiva mierda. La gente es repugnante además, y cada vez hay más gente en todas partes. Si me fuera a meditar a una cueva en el Tíbet, alguien en la cueva de al lado encendería un televisor en el canal de mtv latino.
Me puse de pie, me detuve por un instante a mirar en la biblioteca el lomo de un libro que me llamó la atención, un libro que había leído cuando era adolescente.
-Lo que no es desgarrador es superfluo, dijo Cioran -dije. Una bellísima frase capaz de resumir tantas, pero tantas cosas.
-Para la próxima puedo pedir una pizza -dijo el doctor-. Podemos jugar a algo. No sé, ajedrez, la ronda, un parchís.


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