Revista Cultura y Ocio

Si las piedras hablaran - 6: La fiebre de la plata en Hiendelaencina.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Si las piedras hablaran - 6: La fiebre de la plata en Hiendelaencina.

En 1844 en el pequeño pueblo guadalajareño de Hiendelaencina situado al pie de la sierra del Alto Rey  junto al cañón del río Bornoba se desató la fiebre de la plata. Se cuenta que fue un geólogo navarro, Pedro Estéban Górriz el que descubrió la existencia de un rico filón, el Filón de Castro Blanco, en el subsuelo. Los 38 vecinos (133 almas) del poblado, dedicados a la ganadería y agricultura, se vieron en cuestión de días invadidos por buscadores de plata . En pocos años la población se multiplicó por 40 y muchos mineros asturianos emigraron a esta pueblo con la esperanza de la riqueza. Se comenzó abriendo la mina de Santa Cecilia a la que después le siguieron muchas otras: "La verdad de los artistas","La Bella Raquel"... y se construyó "La Fábrica de la Costante" una planta de procesamiento del mineral. Cerca de ella se fundó un poblado para alojar a los trabajadores "La Costante", que llegó a tener teatro, hospital y casino.  La afluencia de trabajadores no cesó durante años. En 1845 había ya más de 200 pozos abiertos. A los 13 años la población del lugar alcanzaba los 3.500 habitantes y, en tiempos,  llegó a tener 9000 (más que la propia capital, Guadalajara). A la par, en el cercano pueblo de La Nava de Jadraque se exploraron también minas de oro. 


El trabajo de aquellos buscadores de oro (en este caso en los túneles de los pozos mineros) era muy duro: jornadas de 12 horas diarias a veces hasta a 47 grados de temperatura, casos de argiria (una grave enfermedad producida por ingestión de plata), accidentes con decenas de fallecidos... Con el trabajo de sus manos se llegó a producir 50.000.000 kg. de plata. En los niveles más profundos (se ha llegado a los 600 m. de profundidad, se han encontrado vetas con una ley de plata de 200 Kg de plata pura por cada tonelada de mineral).

Esta fiebre de codicia sobre este yacimiento, uno de los más ricos del mundo, tuvo dos episodios de febril actividad  1844‐1870 y 1889‐1897. Después sólo tuvo labores esporádicas hasta 1926. A partir de ahí se abandonó completamente su explotación. De sus  pozos se obtuvieron siete variedades de plata y los minerales donde se encuentra son muy raros en el mundo. El museo de Ingenieros de Minas, en Madrid, guarda con celo algunas muestras únicas en el mundo.                        Yo arrivé un día a esta pequeña localidad montado sobre mi bici. Tenía proyectada una ruta desde el pantano de Pálmaces y, sin sospechar siquiera la rica historia del municipio, me llamaron la atención desde la carreteras unas altas torres, cual chimeneas de ladrillo, que se alzaban solitarias en sus alrededores. Me desvié para visitar aquella singularidad y me encontré con una torre de ventilación de lo que parecía ser un pozo, ahora cegado. Hice algunas fotos y, desde allí, divisé unos antiguos almacenes, al lado de una enorme montaña de arena. Aquello llamó mi atención y me dirigí hasta el lugar. Ascendí lo que parecía una enorme duna. En lo alto se extendía una larga planicie arenosa de centenares de metros (su altura superaba la decena) de fina y dorada arena. No daba crédito a mis ojos: ¿era posible un pequeño desierto en medio de la Alcarria?  ¿Acaso me había izado sobre la montaña de áridos de alguna gravera cercana?... El caso es que nadie había por los alrededores y no había signos de actividad alguna. El lugar parecía desierto y abandonado. Después de curiosear un rato me marché preguntándome qué sitio sería aquel y el secreto de aquella enorme montaña de arena solitaria. Tiempo después me enteré de que, en "Allende la Encina" (Hiendelaencina) se había descubierto siglo y medio antes un filón de plata riquísimos. Así que, cuando se organizó el geología del año 2012 y supe que se ocuparía de mostrar la geología de esta comarca minera, me apresuré a inscribirme y aprender todo lo posible sobre este yacimiento mítico.  La actividad no me defraudó y aprendí muchísimas cosas sobre la historia de estas minas. Del paseo por los distintos lugares y yacimientos destaco la visita a la mina de Santa Cecilia, la mayor y más importante, que aún conserva muchas de sus estructuras así como la colección de testigos de las prospecciones de tanteo. Paseamos por los alrededores y visitamos las escombreras donde se arrojaban los escombros y las menas de escaso valor. Recogí algunos minerales singulares con algunas inclusiones metálicas (la plata de Hiendelaencina proviene de fluidos hidrotermales cargados de sulfuro de plata que, al introducirse por fisuras de las rocas, precipitaron en ellos la plata formando los ricos filones explotados). Junto a la mina nos mostraron la planta de tratamiento. En aquellas naves trituraban el mineral hasta pulverizarlo y luego lo hacían pasar por una piscina de mercurio. El mercurio disolvía la plata, que luego recuperaban, y las arenas restantes se arrojaban en los terrenos circundantes: ¡Dios mío, era eso! ¡La enorme montaña de arena provenía de la molienda de millones de toneladas de mineral! ¡Y todas ellas pasaron por el baño de mercurio...! Ahora entendía su extraña existencia. Ahora me explicaba que nadie las utilizara (quizás el mercurio -altamente venenoso- impidiera su uso para otras actividades). Se produce una curiosa sensación de placer, una pequeña sensación de paz consigo mismo cuando encontramos respuesta a alguna duda que nos inquietó. Así me sentía yo: satisfecho, alegre de poder explicarme otro pequeño misterio del mundo. Miré con interés mis pequeñas muestras de mineral, quizás no fueron tratadas por su pobreza en plata; incluso escaparon a la repesca de las escombreras que realizaron sistemáticamente en años posteriores. No tendrían siguiera la plata de un pequeño pendiente, pero servirían para dar a conocer a los alumnos una curiosa historia que no pasó en el lejano Oeste, sino en España, a apenas 125 kilómetros de la capital, Madrid. 



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