Revista En Femenino

Si las ventanas hablaran

Publicado el 12 julio 2013 por Bebloggera @bebloggera
Por La Churro desde Chile
En estos días de invierno las ventanas de mi hogar suelen amanecer empañadas. En la empañada ventana de mi living se dibuja una extraña figura, son partes de cuerpos desnudos, una noche de pasión que sin querer dejó una huella que solamente puedo ver en los días fríos.

Si las ventanas hablaran

Imagen de www.gettyimages.com


Hace un año que no nos veíamos, así que nos juntamos en un lugar neutral… no sé para qué alargamos lo inevitable. Igual llegaríamos a mi casa para hundirnos en esa pasión que se desbordaba por nuestros cuerpos tras 12 meses de lejanía. 
Llegamos a casa y se sacó inmediatamente la polera. No sé por qué siempre hacía eso, pero me gustaba verlo echado en el sillón fumando con el cenicero apoyado en su torso desnudo. Era una sensual imagen, como de comercial de ropa interior, que mi mente transformaba al blanco y negro para hacerla más sexy aún.
Lo extrañaba tanto. Besarlo, tocarlo, lamerlo, mirarlo… sentir, extrañaba sentir tanta pasión, y quizás amor. Lo empujé contra la ventana y comencé a besarlo, él nunca se resistió a mis besos. “Coneja, me decía, nos van a ver…”. Eso quería, quería que me vieran junto a mi Conejo, que hubieran testigos de que tanta lujuria era posible. "Por eso me gustas" dijo al ver esa intesión en mis ojos. Me gustaba que me vieran con él, que vieran mi orgullo por estar a su lado, y no la absurda vergüenza que alguna vez sentí y que lo llevaron, con justa razón, a terminar la relación. Absurda vergüenza y absurdos prejuicios que me hicieron perder lo más amado. Quizás me di cuenta tarde, pero al menos lo vi y ya no la sentía. Necesitaba reivindicarme, quería que me vieran con él, de su mano, abrazados, con ropa o desnudos, no me importaba, sólo quería que el mundo fuera testigo de cuánto sentía.
Comenzando a 1 metro 75 del piso se vislumbra una maraña de pelos enredados. Odiaba que Conejo se dejara el pelo largo, pero así sus crespos quedaron dibujados en el vidrio. Más abajo dos marcas equidistantes. Sus omóplatos huesudos que apoyó contra el ventanal. Junto a esa maraña que representa su cabello se dibujan dos manos, las mías. Dos manos que se resbalan y van bajando, sí, tal como la escena del auto en Titanic. Dos manos que bajaron mientras fui besando cada centímetro de su torso. Amaba besarlo, amaba saborear cada centímetro de su piel. Sentir cada célula con mis labios, todo, todo. Y mis besos fueron bajando, hasta que en la ventana se dibujan dos círculos perfectos. Le bajé los pantalones, su trasero se marcó en el vidrio, y mis manos a su lado, apoyándome para no perder el equilibrio mientras terminaba de besar todo su cuerpo. 
A algunos meses de esa escena, la figura de un huesudo Conejo aún se dibuja en mi ventana los días de frío. ¡Al carajo la buena dueña de casa que soy! No pienso limpiar esa ventana nunca más en mi vida. Cada vez que veo su figura recuerdo todo lo que sentí, en todo lo que nos convertíamos cuando estábamos juntos. La miro y sonrío recordando como una que otra luz de los departamentos vecinos se encendió, como una que otra cortina se abrió sigilosamente. Recuerdo haber dicho en mi mente ¡Miren! ¡Miren!, ya no me avergüenza estar a su lado. ¡Miren cuánto lo amo! ¡Lean! ¡Lean cuánto lo amo!

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