Recuerdo que, cuando era pequeño, fuimos de excursión con el colegio al otro lado de la vía del tren. Yo debía tener cinco o seis años nada más. Una excursión al campo era algo poco frecuente. Recuerdo que descubrimos unos huesos, una quijada de vaca o de burro o de yo qué sé qué animal. Recuerdo que mi madre me preparó un bocadillo para aquel día. Un bocadillo de salchichón. Era de salchichón aquel bocadillo.
Recuerdo que a mi no me gustaba el salchichón y recuerdo que cuando abrí la bolsa de plástico que contenía la comida me llevé una ingrata sorpresa. No sé si fue por el hambre o por un acto de abnegación que me comí el bocadillo. Y recuerdo que, desde entonces, me encanta este embutido.
Pasados más de cuarenta años, de buena mañana de domingo, se me ocurre tranquilear hasta la cima del Alto Rey y, por alguna razón, me acordé de aquel bocadillo, probablemente el primer bocadillo de mi vida. Salí a comprar pan, lo abrí y me hice un bocadillo de salchichón.
Arriba del todo, solo a más no poder, envuelto en un frío inimaginable y en un sol precioso, saco mi bocadillo. Puedo ver los cuatro puntos cardinales. Puedo ver la Estatua de la Libertad, puedo ver el Himalaya, puedo ver las Pirámides de Egipto y puedo ver otra vez el Aconcagua.
Llegar hasta ese momento ha sido tan intenso como ese propio momento. La ruta ha sido preciosa, sobre todo el tramo que va desde Zarzuela hasta Villares, ambos de Jadraque. El bosque, el barranco del río Riatillo, el sol, el cielo azul y el bocadillo en la alforja.
Pero el premio a gran descubridor de sitios me lo llevé después, cuando me equivoqué y, al volver a pasar por Bustares, me fui tras un coche que tomó hacia Las Navas, también de Jadraque, por la GU-140. El coche desapareció y me quedé solo en esa carretera desconocida y desmigada. El asfalto estaba destrozado y la Cabezota patinaba casi todo el rato, pero la cosa cambió dos veces: la primera, cuando vi que había trozos recién asfaltados que reducían temporalmente el miedo y cuando me di cuenta de que estaba en un lugar realmente mágico. Las tres de la tarde, las ruedas bailando, la Cabezota haciendo po-po-po y yo perdido en el paraíso. Subidas, bajadas, curvas y robles, y el sol que empezaba a decir adiós con la manita, haciendo así. No fueron ni diez kilómetros y no fueron menos de diez paradas.
Me parece que el coche que me guió en mi confusión no vio lo mismo que yo en ese tramo de carretera aunque pasara por el mismo camino, porque ir en coche es como ir en coche.
Amigo lector, siempre que escribo lo hago para intentar volcar sobre mi pantalla cosas que he visto, que han pasado, que he percibido, que he intuido... y para expresar otro montón de cosas que no sé cómo se llaman pero que tienen que ver con la emoción tonta de hacer cosas inútiles como comerse un bocadillo en la montaña. Por eso creo que si lo has entendido es que lo he explicado mal.