Revista Creaciones
-Si los pececitos fueran personas-preguntó al señor I. la hija pequeña de su empleada-, ¿se portarían mejor?
-Claro que sí -respondió el señor I.-. Si los pececitos fueran personas se organizarían en grupos y construirían edificios para organizar una jerarquía al tiempo que denuncian otras. Por ejemplo, se les enseñaría como hacer que el resto de peces aprendieran cuales son sus verdaderos intereses. Se les diría como los peces más grandes han creado una cadena alimenticia sin la menor base biológica. Los peces más pequeños comidos por los pececitos lo serían como consecuencia de un castigo recibido, un lamentable error que no se volvería a repetir o, en casos extremos, a la falta de conciencia del hecho de ser peces. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso que el mundo futuro en el que la caballa tendría el tamaño y los dientes de un tiburón.Las antiguas enseñanzas acerca de la evolución y la desigualdad natural de los peces serían denunciadas como parte de una superestructura encaminada a conseguir que las sardinas nunca pudieran dejar de ser sardinas ni aspirar a ser en el futuro ballenas, como es la voluntad de la historia futura del mar. El arte que no fuese dedicado a esa historia futura sería denunciado como reaccionario y un intento velado de opresión de los peces grandes.Se promovería un arte basado en la exposición de las desgracias del mar como forma de reproche y lenitivo de esas desgracias contra sus culpables, de los que quedarían excluidos los que aplaudieran ese arte.La solidaridad con los demás peces se demostraría solidarizándose. Cualquier gesto simbólico de rebeldía contra un pez grande se consideraría tan útil como una ayuda efectiva a los pececitos en apuros.
Si los pececitos fuesen personas, el liderazgo sería ejercido en nombre de los pececitos. Cualquier forma de gobierno alternativa sería denunciada como una manipulación de los peces grandes. Se denunciaría que el mar fue creado con un propósito y quienquiera que no siguiese esa razón seria un traidor a los peces pequeños. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos matando tiburones mostrando así el camino al verdadero paraíso del mar. Las costumbres serían comunes y propagadas por el conjunto de los pececillos como un único pez, y las minoritarias serían traidoras al espíritu de la comunidad y prohibidas, aparte de ser objeto de repulsa pública.
Si los tiburones fuesen personas, habría reflexión política; todo acto de cualquier ser sería examinado a la luz de la dirección providencial histórica para que los pececitos pudiesen ser felices al mismo ritmo que su comunidad reclamase. Por supuesto, habría un orden nuevo con esta dirección, y los pececitos se cuidarían muy bien de tentaciones religiosas, esencialmente iguales pero desperdiciadoras de la energía vital de los pececillos en el cambio materialista del mar realmente existente. El hecho de que ese cambio nunca llegase por más que todos los pececitos dieran lo mejor de si mismos se achacaría a la existencia de los peces grandes y a las traiciones soterradas de parte de los pececitos.
Por esa traición momentánea e inmediatamente previa al advenimiento de la felicidad común haría falta una jerarquía. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden nuevo entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas para reeducar a los pececitos más disolutos, etc. En una palabra: si los pececitos fueran personas, en el mar no habría más que buena conciencia.