Ayer domingo, los niños estaban con los abuelos y el día prometía hasta que me sorprendió una gripe intestinal galopante. Últimamente los niños traen unos virus a casa que ya deberían existir en el pleistoceno y que son de calle los mejor adaptados al medio. Los mayores de la casa ya no tenemos defensas para estos Tiranobacilus Rex y estamos actualizando nuestro sistema inmunitario a base de gripes, como si del Norton se tratara.
Con la ayuda de mi marido, pude soportar el dolor de cara, los calambres en las extremidades y alterné con cierta comodidad el arrastre por el sofá con los viajes al baño. Pero hoy ya es otro cantar. Hoy están los niños.
Tengo una montaña de ropa para planchar que ni La Madre Ninja. Las tareas domésticas y las obligaciones profesionales me acechan entre pinchazo y pinchazo y eso son minucias. Hoy mis hijos, después de 3 horillas de ná en la guarde, volverán hechos unos robles esperando que su madre les dedique la atención que se merecen. Angelicos. Ya estoy preparando el DVD de Rapunzel, el de La Cenicienta y el de Dora La Exploradora, la más eficiente de todas.
Las madres no nos podemos poner enfermas pero lo hacemos. Nos desesperamos ante la premonición de que no vamos a poder cumplir con nuestras obligaciones y a este sentimiento tenemos que sumarle los remordimientos por desear tumbarnos en el sofá y mimetizarnos con él durante varios días.
Lo sé, es lo que hay y podría ser peor. Todavía recuerdo mi última gran gripe, el año pasado después de haber dado a luz. Pus en el cuello, 39o de fiebre, una churumbelita en plena fase de rabietas y el otro mamando cada hora y sin dormir.
¿Vosotras también pilláis estos trancazos?
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