En cualquier país demócrata y decente del mundo, Artur Mas ya habría dimitido, pero España y Cataluña son dos estercoleros donde cualquier inepto, fracasado o traidor puede subsistir gobernando sin ni siquiera ruborizarse. Débil, confuso y acostumbrado a convivir con la corrupción y la desvergüenza, el Estado español ni siquiera es capaz de encausar al político catalán que ha sumergido a la nación en un peligroso conflicto que hasta podría haber generado ruptura y violencia.
Artur Mas, al que el ex presidente Aznar acusa de "Golpista y desleal", es el responsable de haber sometido a España entera a una tensión extrema que hasta podría haber causado un conflicto violento, una decisión tan frívola e irreflexiva como inoportuna e inexplicable, distrayendo esfuerzos y recursos y destruyendo imagen y prestigio internacional en tiempos de crisis, cuando todos los esfuerzos por salir del foso son pocos. Pero, además, ha provocado el despecho del resto de España, ha convertido a Cataluña en la única autonomía generalmente rechazada en España, ha mentido a su pueblo, ha ocultado corrupciones y abusos, ha manipulado a la opinión pública, ha estimulado el odio contra la nación de la que forma parte y se ha envuelto en la bandera del victimismo para hacer olvidar a sus administrados sus fracasos, endeudamientos y despilfarros como gobernante.
Aunque la notable pérdida de votos que ha sufrido su partido ha sido un correctivo importante, no se da por aludido y continúa apostando por la ruptura y la confrontación frente a un Estado que ahora tiene más razones que nunca para encausarlo por atentar contra la nación.
El desafío de Mas ha sido de un alcance enorme y de un peligro atroz porque hasta podría haber provocado violencia y sangre. Tras muchos años burlándose de la Constitución, persiguiendo a todo lo español y practicando el desacato a los altos tribunales, la insumisión a la Constitución y la traición a la patria común, que es España, ahora ha querido romper la baraja y forzar un duro enfrentamiento entre catalanes y españoles que sólo se ha evitado gracias a la sabiduría y el "seny" del pueblo catalán, parte del cual ha temblado y ha sabido captar la locura que encerraba el desafío disgregador y rupturista de CIU, que conducía directamente al nacimiento de un país aislado, arruinado, insolvente, rodeado de fronteras y aduanas, sin capacidad de pagar sus deudas, con sus empresas camino a la ruina y expulsado de Europa y de la moneda común europea.
Si se analiza la apuesta extrema y drástica de Artur Mas, uno descubre que perjudicaba mucho más a Cataluña que a España y que detrás de ese reto se escondían una batería de traumas, complejos, odios africanos y demencias impropias de un liderazgo político europeo y civilizado.
El único eximente que puede esgrimir Artur Mas es que España es una auténtica pocilga como nación y que el deseo de separarse de un país cargado de injusticia, abuso de poder y desprecio a la democracia es un sentimiento que comparten, en el fondo de sus almas, cientos de miles de demócratas españoles y gente decente.
Pero su pecado no ha sido tanto querer separarse de España, como hacerlo por la vía que él ha elegido, marcada por el odio, la confrontación, la mentira y el ocultamiento de que Cataluña está tan más gobernada o peor que España, siendo su realidad tan todavía mas antidemocrática, indecente, corrupta y dañina para el ciudadano que la que padecen los españoles sometidos al gobierno central y a otros gobiernos autonómicos.
Artur Mas, ocurra lo que ocurra en el futuro, ha dejado una profunda herida abierta que marcará la relación entre Cataluña y España por muchos años. Es una herida que tendrá consecuencias en la gobernabilidad, en la convivencia, en el intercambio comercial, en la vida de las empresas y en otros muchos ámbitos.
Para cerrar esa herida, Cataluña necesita gastar, en los próximos años, miles de millones de euros en una intensa y profesional campaña de imagen que disipe el recelo y la desconfianza hacia lo catalán que ese imbécil de Mas ha alimentado en todo el país.
Vista la situación, lo mejor para todos sería que Mas dimitiera y que CIU reconsiderara sus estrategias futuras, planteandose la convivencia con España o la separación por vías pacíficas, amigables y civilizadas, sin las estupideces infantiles y traiciones anticonstitucionales que ha desplegado el alocado duo Mas-Pujol, profundamente dañino para Cataluña y España.