Tras año y medio siendo madre, he llegado a esta conclusión: ¡¡Si puedes con la maternidad puedes con todo!! Es así. Y no lo digo al tún tún, es algo recapacitado en todo este tiempo que soy mami.
Hay muchas cosas que antes se me hacían un mundo y ha tenido que nacer mi hija para cambiar mi forma de ser en muchos aspectos, y para bien.
Tras ser madre…
Te pueden hacer feos que ya no te afectan. Mi hija me ha dejado tirada muchas veces al intentar darle un beso e incluso ¡me ha hecho la cobra!. Al principio me sentía como Chenoa, me daban ganas de llorar y salir en chandal y contarlo, pero ya me lo espero o la cojo y se lo planto sin opción a que me rechace.
Pierdes la vergüenza en muchos aspectos. No hay momento en el que mi hija no esté pegada a mi, por supuesto hasta en el baño. De hecho hasta imita las caras que pongo cuando trato de… ¡qué narices!, de hacer caca (si, las madres también lo hacemos).
Aprendes cómo ignorar a alguien en su cara. La cantidad de veces que he llamado a la niña para cambiarle el pañal o la he regañado porque ha hecho algo que no debería y en mi cara me ha ignorado y se ha hecho la loca como si nada. Sin sentirse incómoda en ningún momento. (Siempre he querido hacer lo de la mano pero el sentido del ridículo y la vergüenza me pueden, pero… a lo mejor ya estoy preparada…).
Toleras la frustración. Dicen que hay que educar bien a los niños para que toleren la frustración, pero ¡¡si vas a aprender a tolerarla al ser madre!!. Cuando tiene rabietas y tienes que estar ahí aguantando el tipo, sin ceder, sin mostrar un atisbo de pena. De hecho las broncas de tu jefe te parecen un canto de sirena a su lado.
El mundo exterior se te hace más fácil, porque ya aguantas lo suficiente en el interior, así que todo lo que te rodea te parece ridículo.