Revista Cultura y Ocio
Es temporada de matrimonios, o por lo menos eso dice mi agenda.
Un par de años atrás yo asistía a uno, dos y hasta tres matrimonios en el año. Se casaban los tíos, primos, amigos de la familia y así. Todo normal, es común a medida que vamos creciendo, que las parejas se casan y llegan lo hijos y aparentemente todo es color rosa. Pues hoy esa generación le dio paso aquellas que les servimos de pajecillos y son los vecinos, amigos de la escuela y compañeros de la universidad los que se han decidido a dar el gran paso. Y yo estoy en medio de tanto romance, amor y crema chantilly sirviendo de dama o de testigo.
Y entonces me pregunto: Tengo casi veinticuatro y no he pensado ni una sola vez en el día que suelte mis pasos hacia el altar, es más, no estoy segura de querer hacerlo. El motivo principal es porque no hay con quién; en segundo lugar, me siento demasiado joven para eso y tercero pero sobretodo, más importante: una vida en pareja, de convivencia diaria y luchas conjuntas no es lo mío.
Tampoco diré de esta agua no beberé porque me gusta dejarme sorprender por el futuro pero sé que quiero esperar y sentirme más segura (60/40)
Pero, con tanta organza y chifón, flores, crema batida y pasteles pasando por mis manos, me he puesto a pensar en el gran día y me atrevo a decir que quiero que sea de noche, al aire libre, al estilo bohemio, luces, flores silvestres, música de cuerda y violín, fotografías cargadas de amor... ¡eso! Por encima de todo; quiero que derrochemos amor, que se nos note a distancia, que los invitados suspiren y suspiren sin descanso...
Es demasiado cursi, lo sé. Pero se supone que es la celebración del amor así que: amor de mi vida, sé que me estás leyendo - porque si no lo haces no puedes ser mi amor - prepara las velas, un traje color crema y tulipanes negros.
Y contando con suerte puedo dar el Sí, quiero.&version;
¡Gracias por leer!