Mi soledad, que no es más que la falta, desde hace muchos años, de amigos largamente, profundamente vistos; de conversaciones estrechas, diálogos sin preámbulos, sin otras sutilezas sino las más raras, me cuesta cara. No es vivir, vivir sin objeciones, sin esta resistencia viviente, esta presa, esta otra persona, adversario, resto individuado del mundo, obstáculo y sombra mía -de otro yo- inteligencia rival, irrefrenable -enemigo el mejor amigo, hostilidad divina, fatal-, íntima.
Divina porque presupone un dios que impregna, penetra, domina infinitamente adivina: su dicha de ser combatido por su propia creatura que trata imperceptiblemente de ser, se separa… Devorarla y que renazca: y un goce común y un engrandecimiento.
Si supiéramos no hablaríamos, no nos pensaríamos, no nos hablaríamos.
El conocimiento es como ajeno al ser mismo. Se ignora, se interroga, se hace responder…
Paul Valéry
Monsieur Teste
Foto: Paul Valéry, 1945
Henri Cartier-Bresson
Previamente en Calle del Orco:
La grandeza antropológica y anacrónica de la amistad, Jordi Llovet
El placer de la conversación, Ilan Stavans y Juan Villoro
Cómo aceptar hablar de este amigo, Maurice Blanchot
Debo vivir sin fronteras dentro de mi soledad, Rainer Maria Rilke