Edición: El Aleph, 2010Páginas: 184ISBN: 9788476699379Precio: 17,95 €
«Uno de los debuts más prometedores de los últimos años»bien podría considerarse una de esas frases trilladas que encontramos cada dos por tres en las solapas de la primera novela de un autor joven. Está tan, tan trillada, que a veces huele a falsa generosidad, como si lo único bueno que se le pudiera decir a un escritor novel fuera: «Chico, este libro no funciona, pero no te desanimes, que tú prometes mucho, ¿eh?». Y así seguimos, con decenas de promesas nuevas al año, promesas que lo siguen siendo después de tres o cuatro novelas publicadas, promesas que no cuajan y promesas que, un buen día, pasan a la categoría de «consolidadas». Ante tanto novelista prometedor, al menos según las campañas de marketing, una ya no sabe dónde están los verdaderos indicios de talento fresco y rejuvenecedor de «nuestra» literatura. Por suerte, he dado con unos cuantos: Pilar Adón, Jenn Díaz, Ariadna G. García, Lara Moreno… y María Sirvent.Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio (2010) se promocionó a bombo y platillo en su momento porque a María Sirvent (Andújar, Jaén, 1980) la había descubierto nada menos que la Agencia Literaria Carmen Balcells, la más importante de las letras hispanas, y venía avalada por comentarios de Alfredo Bryce Echenique y Ray Loriga. Pero, como decía, estamos tan acostumbrados a leer halagos desmesurados que estos ya no provocan la reacción esperada en el lector, y muchos títulos publicitados con ahínco no tardan en caer en el olvido. Tampoco ayuda la elección de una cubierta y un resumen de la contra que, a mi parecer, no identifican bien al público potencial del libro, que lo puede asociar a una simple novelita de chick-lit (no, ya os aseguro yo que no).Toda su fuerza reside en la esplendorosa (y no es un cumplido gratuito) voz narrativa de Sirvent, personificada en la protagonista, Ágata Ponce, una treintañera que rompió con su novio hace unos meses y aún no ha asumido la ruptura («Cuando se acabó, cuando repartimos lo de cada uno, me tocó quedarme conmigo y eso es algo que aún no he querido perdonarte, Jochi», pág. 9). Le escribe correos a su ex, que ahora vive en Tokio, desde la oficina, unos correos que nunca le manda y que se asemejan más a un monólogo interior de la propia Ágata que a una epístola convencional. Lo que sí le envía son mensajes un tanto impersonales, esos que se escriben cuando se quiere dar una imagen de bienestar porque resulta más fácil mentir, o disfrazarse, que dar explicaciones, como en el que le cuenta que lo ha pasado fenomenal en Londres, aunque, de hecho, nunca ha estado allí y su existencia es más monótona de lo que reconoce. De ahí el título: Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio.En realidad, lo que le ocurre a Ágata es que necesita un cambio. Ella cree que llegará cuando la echen del trabajo, por eso no entrega los informes a tiempo y se burla (para sí misma) de su jefa. Sin embargo, no la echa, de momento, y Ágata espera algo que no sabe o no quiere concretar («Es raro cuando esperas. No hay nada más peligroso que una persona que espera. Te puedes volver adicta a ese estado de incertidumbre y cogerle miedo a lo concreto», pág. 13). El resto del tiempo lo dedica a tontear con un compañero de la oficina, un hombre casado que no le interesa en absoluto; y a convivir con una mujer, Tomasa, que podría ser su madre. Ah, y también piensa en su madre, en la ausencia que dejó al morir, un tema que se desvela poco a poco, como esa debilidad que no se desea mostrar a los demás.De todo esto (ella misma, Jochi, el trabajo, Tomasa, su infancia) habla Ágata en un discurso que combina la inmediatez de los juicios cotidianos sobre su entorno más próximo con recuerdos nostálgicos que, eso sí, se presentan con mucho humor y sin sentimentalismo. En eso está la gracia: el estilo de Sirvent es chispeante, ingenioso, descarado, lleno de juegos de palabras que son pura genialidad. No importa lo que cuenta, no importa que esta no sea una historia de aventuras y pirotecnia, porque cuando se escribe así cualquier tema despierta interés. Incluso la superación de una ruptura por parte de una chica gris que lleva una existencia gris entre las paredes de una oficina gris («No sé si esto es una oficina o un escaparate de vidas en rebajas», pág. 42). La autora logra que todo lo «gris» de Ágata Ponce se convierta en único y deslumbrante.El enfoque tiene una notable mirada femenina (y, por favor, que nadie interprete esto como un «Prohibido hombres»; ninguna lectora de bien se asustaría ante una mirada masculina), como en el imaginario sobre la relación entre la ropa, los colores y los estados de ánimo («Llegué a la oficina con la sonrisa de una persona que sabe que lleva una camiseta de tirantes amarilla» pág. 15). Destaca, asimismo, por la frescura de la juventud, acrecentada por ese «tú» cercano y coloquial, ya que Sirvent encarna a esa generación preparada que, durante su niñez, valoraba el exclusivo «rotulador de color carne». En esto último se distingue de algunas autoras mencionadas al principio, como Jenn Díaz, que en sus primeras novelas se mantiene más fiel a la tradición de la literatura de posguerra.Las objeciones que se le pueden hacer a Sirvent son las habituales en un debut; nada importante. Por un lado, le falta elaborar más las tramas secundarias (aunque la sutileza con la que introduce las historias de su compañera de piso y sus colegas es fantástica); y por el otro, el desenlace del asunto laboral, que, pese a no ser más que el colofón de un recorrido mucho más fructífero, peca de cierta previsibilidad poco recomendable para una novela que sobresale precisamente por su capacidad para crear un discurso personal e inteligente que no cae en los lugares comunes. En cualquier caso, no son más que pequeñas pegas que no ensombrecen los (muchos) méritos de la obra.
María Sirvent
Si supieras que nunca he estado en Londres, volverías de Tokio me ha mantenido atenta a sus páginas, a las continuas ocurrencias de la protagonista, y me ha ilusionado (sí: i-lu-sio-na-do) porque no es habitual encontrar a una autora con el gracejo, la desenvoltura y la creatividad de Sirvent. Algunos verán en estas páginas una novela «amena, que engancha y divierte», que «habla de la ruptura» y «caricaturiza el mundo laboral». No obstante, yo veo capacidad para hilvanar un monólogo, veo recursos que parecen sencillos por lo distendido del tono pero que no son fáciles de emplear con esta naturalidad, veo un relato que aparenta ser un repaso a una relación fallida y sin embargo deviene en un reencuentro de la protagonista consigo misma. Veo talento, talento a raudales. Y sí, lo de «Uno de los debuts más prometedores de los últimos años» era verdad.