Revista Insólito

Si tiene pesadillas aún me quedan pastillas

Publicado el 07 julio 2022 por Doctor Krapp @Dr_Krapp
Si tiene pesadillas aún me quedan pastillas

Solo toca escapar cuando estás ensordecido por el ruido de tus contemporáneos y no te queda otra, si no quieres convertirte en paja inflamable con vocación de ceniza. Entonces te das a la fuga. Dejas atrás catequesis, sermones, prohibiciones y la cohorte insufrible de pelmas, predicadores, parlanchines, petulantes y puritanos que emponzoñan los días de cualquier ser humano que reniegue de ser rebaño. 

En aquella madrugada, había recorrido mucho más de la mitad de mi trayecto  y me dirigía hacia las calles desiertas y casi secretas del Barrio Antiguo aprovechando que se asomaba un tímido amanecer. Como no sabía como distraerme, decidí dar rienda suelta a mi mirada dejando que pastase libre por las callejas antaño señoriales de mi alrededor. Ahora las viejas cocheras eran bajos deprimentes y destartalados y funestas entradas a un montón de edificios de vieja solera  escondida, tras las muchas capas de mugre y abandono. A la espera de una futura gentrificación, eran refugio provisional para ancianos precarios, yonquis persistentes y algún falso bohemio con carnet.  Sabía que no era el lugar adecuado, pero no había motivo para no encontrar entre aquella hecatombe depauperada, un posible Club Diógenes tal como lo describía el señor Conan Doyle a través de su inmortal detective:

Si tiene pesadillas aún me quedan pastillas
 Seguí andando, riéndome de mi mismo y de las chorradas pedantes que se me ocurrían a hora tan temprana. Una hora impropia para un detective noctámbulo, populista y desengañado. 
De repente, allí delante, un rótulo rutilante, valga la rutilancia,  me guiñó su ojo y me fui tras él. 
Si tiene pesadillas aún me quedan pastillas

No era la zona para ese mitificado bar del puerto abierto a todos los naufragios de la noche. Quizás se tratase de un puticlub o de una  churrería tempranera en el fondo de un callejón insano en esa hora insana en que la crudeza de las sombras da rasgos insanos a todo lo que le rodea.Una farmacia.Entré, sonó la campanilla y me encontré en  una vieja botica. Un largo mostrador de mármol y viejas estanterías de madera llenas de esos bellos recipientes que llaman albarelos que si en su día fueron contenedores de extraños preparados, hoy solo son mera decoración para dar lustre y prestancia al negocio.Entonces apareció delante de mí. Surgido de repente. Con su fea cara familiar. Esos ojos de búho debajo de un pelo alborotado. Esa boca nauseabunda con un permanente rictus de superioridad. Hizo un gesto de invitación y me soltó:
  • Me alegro de verle, detective Arou. ¿O prefiere que le llame Fiz?
Un mínimo pasmo, pero me repuse al momento y le contesté intrépido:
  • ¿Me esperaba?
  • Es mi especialidad, por eso la vendo.
  • No le entiendo.
  • Vendo esperanza en hermosos frascos. Ah y no pido receta.
  • ¿Esto no es una farmacia?
  • No, estrictamente. Es un negocio que vende píldoras ilusionantes para los que han perdido la ilusión. 
  • Querrá decir, productos ilusorios para ilusos, ya me conozco la canción. Con la homeopatía hemos topado.
  • ¿Tiene usted algo mejor que ofrecer? Es fácil censurar lo que la farmacopea tradicional no sabe manejar.
  • No me venga con historias. No creo en  placebos para seguir tirando del carro. Luego pasa lo que pasa.
  • ¿Qué pasa?
  • Pasa, que nos afrontamos la realidad tal cual es hasta que nos da en las narices. Yo huyo de todo eso.
  •  Claro, es mejor ese nihilismo que le hace sentirse superior a los demás. Mirar al resto, como ratones de laboratorio que no encuentran la salida del laberinto, y disfrutar con ello.
  • Yo no engaño a nadie a sabiendas de que solo vendo mentiras. 
  • Entonces no debe preocuparse, se me están acabado las subsistencias y puede que se corte la red de suministros.
  • ¿La guerra de Ucrania? ¿El Covid? ¿La pavorosa inflación? Esas son nimiedades para el portentoso talento del Doctor Krapp. Seguro que se le ocurrirá algo.
  • Me conoce, me admira y aún espera mucho de mi talento. Gracias, detective.
  • No sea sarcástico. Solo lo sufro, doctor. Como sufro a todos los farsantes que nos engañan y contaminan con sus mentiras tranquilizantes. Con sus argucias, debilitan nuestra vida y envenenan nuestros sueños.
  • Si tiene pesadillas aún me quedan pastillas.
La campanilla de la puerta retozó un rato, alegre y cantarina tras el portazo. 
(Capítulo 67 de Kaskarilleira Existencial. Aquí están sus otras historias)

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