Revista Opinión

Si una tarde el sol…

Publicado el 18 octubre 2011 por Miguelmerino

 

Se tomó un pequeño respiro luego de una prolongada, desenfrenada y loca carrera. Jadeando y sin resuello miró a su alrededor y se dio cuenta de que se le había acabado la ciudad. Esto que veía ahora era campo. Y el sol se estaba ocultando. Se sentó en una piedra que quedaba al abrigo de la ciudad. Calculó mentalmente el tiempo que había estado corriendo. No menos de dos horas. Parecía increíble que hubiera podido correr durante tanto tiempo. Y lo que parecía más increíble aun era que conservara el corazón en una pieza, que no hubiera estallado en mil pedazos por el inhumano esfuerzo y por el miedo, mejor, por el pánico. El sol seguía cayendo poco a poco y prácticamente había desaparecido, sólo era visible un pequeño arco medio rojizo con destellos anaranjados.

Sintiéndose a salvo le llegaron los arrestos para pensar en lo que había sucedido. Fue una cobarde, lo sabía, pero había sido algo instintivo. Ni siquiera se había planteado ninguna alternativa. Simplemente sintió el peligro y huyó como alma que lleva el diablo. Si hubiera podido pensar, a lo mejor habría hecho algo diferente. Al menos algo más constructivo que salir corriendo. Algo con lo que su conciencia estuviera más de acuerdo.

Una vez recuperado el resuello se levantó y siguió caminando en la misma dirección. Alejándose de la ciudad. A paso ligero, pero sin correr. Sintió una sensación extraña, desasosegante. No, no era el miedo. Ése seguía ahí, latente, pero era otra cosa. Algo que estaba pasando y que simplemente no podía ser. De pronto lo vio. Sí, era imposible, pero estaba ocurriendo. Estaba saliendo el sol. Lo primero que pensó fue que se había quedado dormida sentada en la piedra, pero no, estaba segura de que no había sido así. Además, no era sólo el hecho imposible de que estuviera amaneciendo apenas unos minutos después del ocaso. El sol estaba saliendo por el mismo sitio por donde se puso. Y ella estaba entrando en la ciudad, a pesar de estar caminando en la dirección opuesta. Entraba por el sitio por donde debió salir en su alocada carrera. Estaba deshaciendo el camino, llegando al lugar donde todo había empezado.

¡Eso era! Alguien, Dios, el destino, quien fuera, le estaba dando una segunda oportunidad. Y empezó a correr despavorida.


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