Editorial
Tropo. 167 páginas. 1ª edición de 1996 y 1997; esta de 2011.
Prólogos de Carlos Castán y de
Juan Bonilla.
Ya he hablado en el blog de Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961); lo
hice hace tres años, cuando leí su última colección de cuentos, titulada El
prisionero de la avenida Lexington (2010). Y ya comenté entonces que me
pareció una colección de relatos muy conseguida, y que Calcedo está considerado
uno de los maestros del relato breve en España. En 2011 la editorial Tropo editó Siameses en una colección llamada 2º
asalto: en ella publicaba (he consultado la página web de la editorial,
y creo que desde 2011, imagino que por los imperativos de la supervivencia en tiempos
convulsos, esta colección está parada) libros que ya habían sido publicados,
pero que a juicio de los editores merecían una nueva oportunidad en el mercado
editorial.
Siameses está formado por
dos libros de relatos: Otras geografías (Premio NH, 1996) y
Liturgia
de los ahogados (Premio Alfonso Grosso, 1997). En el prólogo de este
segundo libro, Juan Bonilla apunta:
“A mediados de los 90 en España, publicar un primer libro de cuentos no era del
todo complicado, con un poco de suerte, siempre que ese primer libro,
convenientemente sancionado por unas cuantas reseñas encomiásticas, avisase la
inminente aparición de una novela. Por eso, publicar un segundo libro de
cuentos era casi imposible, si entre el primero y el segundo, no se había interpuesto
una novela” (pág. 109). Y como Gonzalo Calcedo lo que quería era escribir
cuentos, para seguir publicando (su primer libro de cuentos apareció en Tusquets) tuvo que presentarlos a
concursos, que, a pesar de la satisfacción de ser reconocido por el jurado y el
premio económico, posiblemente no llegaron a tantos lectores como podrían
haberlo hecho.
Este libro de Siameses me lo regaló Alberto Olmos hace ya dos años, y desde
entonces estaba pendiente en mi cada vez más inabarcable montaña de libros inleídos.
Después de dos años de apuntarme con su presencia inquietante desde lo más alto
de mis estanterías, he acabado su lectura en dos días. De hecho, me ha gustado
bastante, y menos mal que me queda la explicación de Mario Levrero en La novela luminosa sobre todas esas
cosas que nos van creando una angustia difusa y a las que podemos enfrentarnos
sin mayor esfuerzo pero preferimos, precisamente, sucumbir a la angustia
difusa.
Otras geografías está
formado por once relatos. La mayoría de ellos (igual que en los de Liturgia de los ahogados) están ubicados
en una ciudad imaginaria llamada Medana (aunque la wikipedia apunta que es un
pueblo de Eslovenia, esto no parece más que una coincidencia), cercana a la
región playera y turística de Las Pacíficas.
Los cuentos de El
prisionero de la avenida Lexington estaban situados en Nueva York y sus
alrededores; y esa ubicación (más imaginativa que real) era un homenaje a los
maestros de Calcedo: “Hemingway, Cheever, Ford y Wolff, entre otros, se pasean
indolentemente por sus páginas”, nos dice el autor en el prólogo que ha escrito
para la edición de Siameses. El
imaginario cuentístico de Calcedo es, por tanto, más norteamericano que
español; y en estos primeros libros prefiere jugar a la desubicación geográfica
antes que situar sus historias directamente en la Norteamérica que todos hemos
conocido a través de los libros y el cine. Los nombres de los personajes
ahondan en esta idea: los nombres y apellidos españoles se mezclan con otros
puramente extranjeros: Julia, Lucas, Hazel, Luisa Larsen, Los Fígaro (estos dos
últimos apellidos se repiten, a su vez, en más de un relato), Wanda, Los Korda,
Basil, Los Olsen, Elke, Víctor Lepke, Kósiev, Ventura...
Las profesiones de los personajes
de estos relatos suelen ser bastante anodinas: vendedor de productos de
limpieza o abonos de puerta en puerta, contable en una fábrica de rodamientos,
guía turístico, vendedor de coches usados, vendedor de puertas y ventanas de
aluminio... y casi todos pertenecen a la clase media, o están pasando por algún
apuro financiero. No encontrará el lector en estas páginas asesinos, soldados
en guerra, o sucesos extraordinarios o muy emocionantes. La emoción va a
asaltar al lector, pero de forma más sutil: lo extraordinario nos rodea, parece
decirnos Calcedo; en cualquier vida hay momentos de cambio o de extrañeza y su
mirada va a posarse sobre ellos para iluminar los momentos de transformación
del ser humano.
En los cuentos de Otras geografías nos encontramos con
muchas relaciones familiares: hijos que miran a sus padres y empiezan a
comprender algo de ellos que antes desconocían, gracias a un hecho ocurrido en
el tiempo del relato, y que va a cambiar el punto de vista de unos personajes
sobre otros. Es decir, Calcedo construye sus relatos siguiendo el modelo
epifánico de la narrativa breve norteamericana: gracias a algo que está
ocurriendo en el primer plano del relato, un personaje descubre algo más
profundo sobre otro o sobre sí mismo, y el escritor enfrenta al lector justo a
ese momento de cambio que sufre el personaje. No son los grandes sucesos los
que marcan la acción aquí, sino precisamente el valor simbólico de los
pequeños, y gracias a este efecto consigue crear momentos de gran belleza.
Así, en Proyecto de amor, una
hija va a conocer más a su madre, después de que entre las dos decidan alquilar
uno de los cuartos de su casa. En Adiós
otra vez, un hijo va a tener la oportunidad de reencontrarse con su padre
después de diez años sin verse, y el reencuentro tendrá alguna sorpresa. En Por
motivos sentimentales (uno de los mejores cuentos del primer libro) una
mujer joven que hace de guía turística va a descubrir algo desasosegante de una
de sus clientes, algo que puede que le dé alguna pista de lo que conlleva la
soledad a la que parece sentirse abocada. En Caballos salvajes (un
cuento que parece un claro homenaje al Raymond
Carver de Caballos en la niebla) se consigue un momento de gran belleza;
igual que en la siguiente composición, titulada Otras geografías, sobre
una mujer que enloquece.
Si bien Otras geografías se lee con agrado, y contiene unos cuantos relatos
notables, también podemos apuntar que en estas páginas se siente aún el titubeo
del escritor que está buscando su voz mientras asimila la de sus maestros. Los
ocho cuentos de Liturgia de los ahogados
me han parecido más redondos; más cercanos a la madurez que Gonzalo Calcedo ha
conseguido conquistar en un libro como El
prisionero de la avenida Lexington. En Liturgia
de los ahogados (como ocurre en el cuento que da título al libro y que es
uno de los mejores de Siameses; o en
otro titulado El rincón secreto) también nos encontramos con relaciones de
padres e hijos, pero diría que son más frecuentes en los conflictos planteados
las relaciones de pareja. Parejas que descubren alguna verdad incómoda sobre sí
mismas (“Llevábamos diez años casados y algunos comportamientos provocaban un
rencor recíproco al principio y luego, sin otra trascendencia, aburrimiento”,
leemos en la página 135), sobre todo al entrar en contacto con algunos desconocidos
que irrumpen en su casa; principalmente vendedores ambulantes, como ocurre en
los cuentos Toda esa sangre, El hombre que hablaba a las plantas
o en Parejas.
Ya dije hace tres años que El
prisionero de la avenida Lexington es un gran libro de relatos; y me ha
gustado reencontrarme de nuevo con Gonzalo Calcedo. Quizá no todos los cuentos
de Siameses estén a la altura de los
de El prisionero de la avenida Lexington,
porque están escritos más de una década antes, cuando el autor aún buscaba su
voz narrativa, pero desde luego hay ya cuentos aquí (Vado permanente, Caballos
salvajes, Otras geografías, Liturgia de los ahogados, El hombre que hablaba a las plantas o Parejas) muy maduros y de gran belleza,
que me confirman que Gonzalo Calcedo (dentro de lo que yo conozco) es uno de
los maestros de la narrativa breve actual en España.