Revista Cine

¡sicilia!

Publicado el 23 junio 2019 por Jesuscortes
Solía decir que era la película preferida de cuantas rodó y no es difícil entender por qué.
"I girovaghi" (1956) es una de las varias interrupciones del ciclo americano de obras que recorren la parte central y más conocida de la variopinta filmografía del muy desarraigado argentino Hugo Fregonese. De muy ardua localización, poco o nada parece influir esa declaración para contribuir a hacerla accesible.
¡SICILIA! Salió pronto de su país Fregonese debido a su llamativa asimilación de géneros americanos - la suerte que pudo haber corrido Manuel Mur Oti aquí en España -, pero volvió muy al final y, aunque se asentó, no tuvo ningún éxito formidable en Hollywood; si a todo ello se suman esas escapadas a Italia o Alemania de todavía menos lustre, su carrera termina por adquirir una forma zigzagueante, muy poco conveniente para resumirlo, con estela un tanto apátrida. Demasiados films "de nadie", de esos que se enarbolan de uno en uno y de tarde en tarde, sin conferirle el estatus acorde a su gran talento.
Los hay que subieron en consideración, especialmente el muy interesante policiaco "Apenas un delincuente" y el extraordinario "Apache drums", pero no deja de ser decepcionante que haya sucedido porque concurren argumentos de "importancia histórica" que solo importan a los historiadores, importándoles estos ya nada a nadie: el primero porque tiene un acusado componente político y de fresco social y el segundo porque fue el único western - y el único film en color - producido por Val Lewton.
La obra huérfana por excelencia, históricamente trivial pero una de las dos o tres mejores que hizo, es esta "I girovaghi", la más genuinamente nómada de todas, lo que quizá explique esa debilidad por ella del cineasta, porque es una buena semblanza o una recolección de pensamientos suyos y de cuantos salieron una vez fuera con sus ideas y sus cosas a cuestas, cargados de sueños, tan profesionales que les llegó a llenar de veras su trabajo incluso si se habían resignado a no cambiarse nunca de vestimenta si al público les parecía que algo les sentaba bien o a tener que desempolvar la vieja maleta con la que llegaron por la más peregrina circunstancia.
Con uno de los más bellos usos del scope y del color que conozco en un film europeo de los 50, protagonizado por un actor como Peter Ustinov inopinadamente excelso, conteniendo uno de los retratos femeninos más impresionistamente conmovedores que recuerde (el que compone en cuatro frases, miradas y gestos Carla del Poggio) y a pesar de sus conexiones, comunicantes o anticipatorias con obras descomunales como "Le carrosse d'or", "Moonfleet" o "Utajo oboegaki" - pienso que en mayor medida que con otras japonesas como "Ukigusa" o "Zangiku monogatari" - o muy buenas como "Heller in pink tights", "The sundowners" o "Lola Montès" (estas dos últimas también con el mismo Ustinov), no hay quien entienda que un film de este calibre lleve más de sesenta años "perdido".
El plano del maestro de marionetas Don Alfonso (Ustinov), escéptico, molesto con ese nuevo fenómeno que le roba a su público, pero no pudiendo sin embargo evitar reír mientras asiste a la proyección de "The bank" de Chaplin, comprendiendo al instante que el cine acabará no solo con su medio de vida, sino con el de todos los colegas y competidores de variedades itinerantes que recorrían los pueblitos del sur de Italia, debería ser icónico.
¡SICILIA! ¡SICILIA!  ¡SICILIA!  ¡SICILIA!  ¡SICILIA!  ¡SICILIA! Pero hay más que esa mezcla de rebeldía y melancolía.
La idea típica de film coral como una especie de carrera de relevos o de concatenación de episodios para conformar un cuadro mayor, encuentra en "I girovaghi" una variante "escapista" interesante, mediante un único recurso.
En efecto, el niño Cardello, teórico hilo iniciático del cuento de Luigi Capuana en que se apoya Fregonese, queda desplazado de muchos de los momentos importantes y pocas veces tendremos la convicción de que aprendió o de que aportó otro punto de vista a cuanto acontece.
Cada hecho, reverbera y es devuelto por cada personaje, mudado, ya sea mediante la utilización de una elipsis o con planos de espera, atentos a captar un matiz que no será verbalizado y deberá deducirse de la respiración del encuadre, de la relación de los actores con los objetos y de que los sintamos pensar, una mecánica que un gigante como Henry King elevó a inasible arte.  
Todos, el viejo trotamundos que no esperaba enamorarse a sus años, su mujer, que se ha resignado a ser también su madre, el chico que nunca tuvo ninguna y huyó del destino de seminarista que le habían preparado como del mismísimo Diablo, la bailarina cansada de que no llegue la oportunidad que la juventud y la belleza le han otorgado temporalmente, el público y hasta nosotros mismos, somos parte de todos los mundos que se terminan y de los que queda siempre la misma cosa, otro camino por delante.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas