La fama les llegó más que ancianos: superaron la barrera de los cien años, a veces muy generosamente, y los periódicos contaron sus recuerdos y opiniones sobre un mundo que nunca habían soñado vivir. Fueron los centenarios asturianos, digno retrato de una y otra España, de dos épocas muy diferentes. Recuperemos, hoy, las historias de algunos de ellos.
Región, 12 de mayo de 1926
Manuela Silva
Cortina, Tinéu 1819 – Villapró, Tinéu 1926 (107 años)
Residía en Villapró aunque era natural de Cortina, ambas parroquias pertenecientes a Tineo. En enero de 1926 la entrevistó Samuel González para El Comercio (la interviú se publicó también el doce de mayo en Región), siendo, por aquel entonces, Manuela la mujer más anciana de Asturias: decía haber nacido el 19 de marzo de 1819, y llegaría a vivir 107 años.
Manuela, que nunca había visto un coche ni le importaba (“¡tengo miedo que me tiren ou que me maten!“, confesó al periodista), presumía de no haber recibido visita del médico en treinta años y, de hecho, tampoco la quiso cuando sintió los estertores de la muerte, pocos meses después -murió en la noche del 29 de mayo de 1926-. A su avanzadísima edad, disfrutaba del “toucín ya la grasa, que aunque sea muita nunca me repuna ni me fay mal“, y renegaba de las chucherías de moda “comu café ya chuculate que non sirven nada más que pa perder el estógamu y a empeñar las casas de la aldea“.
Cuenta Manuela en su entrevista que, de moza, había visitado Madrid en un viaje que le llevó un mes: algunos días hasta León en recua “de mulas vaqueiras” y, el resto del tiempo, andando. Ahora, en sus últimos meses de vida, disfrutaba de la compañía de hijos, nietos y bisnietos, aún no gustándole que uno de ellos se hubiera aficionado a tocar el acordeón. “Ya tou farta de oírte tocar esa chillona acurdión. Si con mil demonios tocaras la gaita, contentarías algo a tu bisabuelina que tanto te quier (…) La gaita inda me gustaría, purque recuerdaría los mios tiempos de mocedá, que me alegraría algo el recordalus“.
Voluntad, 10 de diciembre de 1949
Vicente Fernández Fernández, “El tíu Vicente”
1845 – Llerices, Cangues d’Onís 1949 (104 años)
Sabemos de él por la necrológica que se le escribe en el Voluntad el 10 de diciembre de 1949. Devoto de la virgen de Covadonga, labrante en su juventud que trabajó en la construcción de la Basílica de Covadonga (1877-1901). El “tíu Vicente” era, según el artículo que le recuerda, un labrador “de recta contextura física, fuerte y sano como un roble” que “no conocía artificios de la etiqueta, y por carácter y por costumbre, era refractario a la mentira discreta y a los amabes embustes que constituyen la base fundamental de la cortesía“. Tal cual.
Hasta muy avanzada edad comió en abundancia legumbres, castañas, torta y leche, guardando siempre riguroso ayuno en Cuaresma. La religiosidad la conservó, según su nieto Venancio, hasta sus últimos momentos, que no fueron buenos. Voluntad describe cómo, la última vez que sus periodistas le habían visitado, Vicente, ajeno ya a todo y “flaco, amarillento“, con el rostro cadavérico y la mirada perdida, repetía constantemente un murmullo ininteligible que, creían, era un rezo sin fin.
Anselma Meana
Anselma Meana
Castiello, Xixón 1847 – Lavandera, Xixón 1955 (107 años)
La centenaria de Lavandera ya ha merecido atención en este blog (el artículo, aquí), puesto que su extrema longevidad le supuso un puesto de honor entre los personajes míticos de la villa de Jovellanos: desde los ciento cuatro años la visitaron, anualmente, periodistas y autoridades por su cumpleaños, obsequiándola con flores y con dulces, que para ella eran obsesión. Anselma se pirraba también por la sidra y presumía de haber sido ligona de joven hasta el punto de contar los novios a pares e incluso a treses: uno que se fue a Cuba, otro al que pilló la guerra carlista en pleno servicio militar y el tercero, aquel con el que se casó. “La juventud de ahora“, regañaba a sus bisnietas, “tenéis pocos mozos…“
Elvira Sandoval, “Sandovala”
Elvira Sandoval Suárez, “La Sandovala”
Xixón 1858 – 1961 (103 años)
Pitera de profesión (criaba y vendía gallinas), la Sandovala fue viuda joven por culpa de la gripe española y madre que, de puro longeva, vio morir a todos sus hijos, menos a una. Ávida lectora, era de gustos sencillos, gustaba de rezar el rosario varias veces al día y nunca llegó a entender demasiado bien la atención que despertaba en los periodistas de la época, a los que, sin embargo, siempre recibía con una sonrisa. En este blog hablamos ya de ella en este artículo.
Felisa Blanco, en 1967
Felisa Blanco Porrúa
Cuerres, Ribesella 1863 – 1969 (105 años)
A la centenaria de Cuerres, que compartió longevidad con su amiga de infancia Salomé Martínez, el médico le intentó quitar una vez de comer cerdo, con nulo resultado. “Como chorizo, jamón, tocino y nun conozco ningún mal”. Franquista acérrima, consideraba que Franco había traído la paz a España haciendo a todos señores, aunque puede que aquello se debiera, más bien, a que Felisa, en su juventud, había pasado por penurias indecibles que se vieron aplacadas en su cómoda vejez. Viuda de maestro, parió doce hijos de los que le vivían nueve en 1967, cuando el periódico Voluntad la entrevistó por primera vez.
Felisa, superada la barrera de los cien años, aun jugaba a la brisca, esbillaba fabas, barría y escuchaba la radio, aunque el oído fue de lo poco que comenzó a fallarle, en lo que a salud se refería, a tan avanzada edad. Leer no podía, puesto que nunca había aprendido. “Que nadie quede sin saber leer, ye terrible…“, se sinceraba la anciana al tiempo que rogaba al Caudillo de todas las Españas que no se retirase jamás: “Tendrá gana de descansar, pero cada vez que pienso lo que sería de España de él, danme respingos (….) Nunca se vivió como ahora. Todo mejoró mucho. Hasta ahora les panoyes son mayores. Anoche esvillámosles: como tranques.“
Felisa Blanco murió mientras dormía, el 23 de febrero de 1969.
Hoja del Lunes de Gijón, 20.2.1967
María Salomé Martínez
Toriello, Ribesella 1866 – ¿? (c. 103 años)
Desconocemos la fecha de muerte de Salomé, la centenaria de Toriello, pero no su hazaña: al cumplir los cien, envió una carta manuscrita a Franco alabando sus hazañas y rogándole le enviase un pañuelo para protegerse la cabeza del sol puesto que, aun a su edad, seguía haciendo tareas en el campo. El Caudillo le envió uno de seda que fue la envidia de la parroquia y sobre todo de Felisa Blanco, amiga de la infancia y centenaria también, que acudió a visitarla por tan insigne motivo.
En 1968 la entrevistó el Voluntad, cuando ya iba camino a los 103 años. Salomé se divertía comiendo, escuchando la radio, haciendo las labores de la casa y atendiendo las pitas: sus hijos, nietos y bisnietos no le tenían permitido hacer más. De comer le gustaban los percebes, de beber, la sidra. Firme defensora del producto nacional – “[un reloj] que me mandó un nietu de Francia non somos capaces a hacelu andar. En cambio uno de cuquiellu que tengo yo de cuando era moza anda como el primer dia. No hay como lo nuestro, de fuera no nos vienen mas que espantayos”, afirmaba. Y lo mismo valía para las personas, porque a Salomé le desagradaban las pintas de los turistas que, alguna que otra vez, se acercaban a visitarla. “A mí paezme que pereí alantre anda el mundo al revés.” Para muestra, un botón: “¡Ye como ahora casase la viuda tan guapa de Kennedy col vieyu de los barcos!“
La Nueva España, 6 de enero de 1988
Álvaro Fernández Fernández
Mohías, Cuaña 1880 – Abres, Vegadeo 1988 (107 años)
Llegó a ser el sacerdote en activo más viejo del mundo porque, en su opinión, un cura debía vivir como tal hasta el fin de sus días, y no se puede decir que no predicase con el ejemplo: veinte días después de su 107º cumpleaños, dio su última misa en Abres, la parroquia en la que servía desde hacía 69 años, y si no hubo más fue porque a los pocos minutos de finalizarla se sintió repentinamente indispuesto. Ya no saldría de la cama, y murió, después de una larga agonía de una semana que mantuvo en vilo a todo Asturias, con el rosario que le había regalado el papa Juan Pablo II entre las manos.
Álvaro achacaba su longevidad a la fuerza que siempre le había caracterizado, ya que en su juventud “echando un pulso no tenía rival, y era capaz de levantar cincuenta kilos con los dientes”. “No he tenido vicios: ni fumar ni beber”, afirmaba, orgulloso. “Sólo jugar a los bolos, y a eso ganaba siempre”. Porque a Fernández lo caracterizaba un fino humor, una simpatía natural y una bondad absoluta que le mantenía cerca de todos los vecinos, feligreses o no, de su parroquia. Ordenado sacerdote en 1906, párroco de Abres y Guiar desde 1920, había estudiado teología, filosofía y latín.