Revista Cultura y Ocio
Ingresó a la oficina pública de jubilaciones con un carpetón repleto de folios bajo el brazo. Buscó un asiento, paciente, y aguardó su turno. Cuando la funcionaria gruñó su número, se acercó a la ventanilla con paso tranquilo y comenzó su explicación del motivo del trámite. Le dijo que era la quinta vez que iba, y que esperaba que ella se mostrase más competente y considerada que el hombre que lo había atendido con anterioridad. Ese de dientes amarillos y mal aliento. El empleado mal educado y prepotente, que ostentaba el cuello sucio de su camisa y el cabello grasiento. El que cada vez lo obligaba a esperar horas mientras deambulaba por la oficina bromeando con sus compañeros. El que siempre le pedía un nuevo papel que debía traer al día siguiente. Ese que encontraron muerto a martillazos la noche anterior en un callejón.
© Sergio Cossa 2012
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