El vehículo que ilustra la entrada de hoy, fue fabricado por Siemens en 1.905 y, aunque no existe ninguno utilizable en la actualidad, se construyó una réplica exacta de este automóvil, en la foto inferior, que pesaba mil quinientos kilos, ofrecía una autonomía de ochenta kilómetros a una velocidad punta de treinta a la hora y estaba impulsado por una batería de gel de plomo que representaba la mitad de su peso.
Es obvio que no se siguió investigando este tipo de vehículos desde entonces, pues mientras los impulsores de explosión experimentaron sustanciales cambios y mejoras a lo largo de las últimas décadas, no sucedió lo mismo con los motores eléctricos, en los que la batería y su recarga, siguen constituyendo lo mayores problemas.
Tampoco es cierto que la energía en estos casos sea completamente limpia, pues por intereses más políticos que sociales, no proliferan las centrales nucleares, como tampoco aprovechamos otros recursos naturales, como las hidroeléctricas o las mareomotrices, de las que únicamente existe una referencia; aún así, la contaminación y limpieza ofrecida por estos vehículos, es muy superior a la de sus homónimos de explosión, existiendo actualmente en fase experimental, modelos capaces de alcanzar más de doscientos kilómetros por hora, ofreciendo trescientos caballos, eso sí, con una autonomía bastante reducida.
Lo malo de inventar es encontrarse uno, después de haber llevado a cabo todo el trabajo, con que alguien ya lo había descubierto primero. El vehículo de Siemens es un ejemplo de lo que la ingeniería puede llegar a hacer, y de lo que no desarrolló por otros tipos de intereses en los que sería complejo entrar en este breve comentario. Hace ciento seis años existía un automóvil eléctrico que nadie desarrolló posteriormente de modo serio, porque no interesaba económicamente a alguien. El Victoria, así se llamaba este modelo, quedó en el olvido, pero espero que su recuerdo sirva para evitar repetir los mismos errores.