No se cómo expresar todo lo que siento en este momento…
Yo llamaba a casa, como cualquier día, para ver qué tal van las cosas por allí. Pero esta vez, algo me decía que, a la pregunta de “¿Sabes qué…?”, la seguiría una respuesta que no me iba a gustar.
Y aquí estoy, con los ojos inundados, intentando recordar todo lo que me has regalado desde que llegaste a casa.
Eras tan chiquitín, que te dormías sobre mi hombro tardes enteras. Llegaste por accidente, pero yo te acogí para siempre. Creciste a la par que yo, y me enseñaste que la lealtad existe, y tiene uñas y bigotes. Yo no se qué voy a hacer ahora, cada vez que entre en casa y no vengas a olisquear mi maleta o mis zapatos. Ahora tendré que evitar pasar por el pasillo de tu comida en el supermercado, porque ningún premio de los que te compré, fue tan grande como tú.
No eras muy cariñoso, las cosas como son, pero tenías la fidelidad que a más de una persona le gustaría tener. Entendías absolutamente todo lo que te decían, y sino que se lo digan a papá, cuando te dijo que te iba a cocinar con arroz, y tú te hiciste pis en aquellos zapatos castellanos que tanto le gustaban.
Es cierto que el rey de la casa eras tú, y que entrase un hombre, ya te ponía en alerta. Aún recuerdo los años que tardaste en aceptar a la persona que me hacía feliz, y eso que llegasteis los dos con muy pocos meses de diferencia. Cada vez que entraba por la puerta de casa, le hacías el análisis, le olías y, si venía al caso, le bufabas un poco, para que no se confiase demasiado.
En serio, creo que no me voy a acostumbrar a que sean las nueve de la mañana y no me despiertes arañando la puerta de mi habitación para que me levante y vayamos a desayunar. Ahora el hueco frente a la chimenea estará vacío, nunca miraré a la alfombra con los mismos ojos que antes, te lo prometo…
Muchas veces te quise matar, porque eras experto en ponerme las manos como un cromo… ¡Parecía que alguien me pegaba en casa! Vaya arañazos… Y resulta que ahora les voy a echar de menos.
No eras perfecto, pero para mí, fuiste, eres y serás la mejor compañía que pudiera desear.
Casi no veo ni las teclas del ordenador, no se ni qué estoy escribiendo, y es que no paro de llorar… La abuela quiso darme la noticia despacio, pero has de saber que no pudo, que se echó a llorar antes de acabar la primera frase. Sí, hasta ella que parecía que te odiaba, al final te cogió cariño.
Voy a echar de menos tantas cosas… ¿Ahora qué voy a hacer yo cuando me aburra en el salón? Ya no podré ir a la habitación para encontrarte encima de la cama, y darte besos y achuchones hasta que te enfades. No voy a poder hacerte rabiar hasta que me muerdas, ni tampoco tirarte migas de pan mientras como para que juegues.
Siempre supe que eras especial, no me digas por qué. Quizás lo supe cuando empezaste a beber leche con levadura de cerveza por las mañanas mientras yo desayunaba o cuando cogiste la costumbre de beber “a morro” del grifo de la cocina.
Nada de todo lo que diga puede reflejar la mitad de lo que me has dado durante todos estos años. Por eso, sólo quería que supieses que, allá donde estés, te sigo queriendo mucho, tanto como antes. Y que te echaré de menos, no sabes cuánto.
Hasta siempre, Tinin.