Parece que la vida se complica cada vez que debemos decidir. Parece que tiemblen nuestras piernas sin posibilidad de tranquilizarlas. Parece que se tambalee nuestro futuro de repente. Parece que la vida pierde su encanto cuando debemos pararnos a pensar qué ruta tomar. ¿Es que las decisiones nos privan de libertades? Antes de hacernos esta pregunta habría que concretar qué son esas libertades de las que habla todo el mundo. Quizás se confunden, y al querer hablar de libertad no hacen más que hablar de libertinaje.
¿Qué nos hace libres? El poder hacer (buen) uso de nuestra libertad de elección, el ser capaces de tomar (buenas) decisiones por uno mismo. ¡Todo ser humano es libre! Nos han dotado de voluntad, inteligencia y libertad. ¿Significa ésto que no importa qué decisiones tome, ni cómo haga uso de su libertad? Los paréntesis de antes no son de adorno, sino que marcan el enfoque de lo que intento poner por palabras. ¡Qué complicada parece la vida! Discrepo: complicadamente bella. Resulta cómodo seguir la corriente, resulta insulso poner el automático. ¡Qué pena empeñarse en borrarse del mapa! Qué triste verse reducido a nada, sin personalidad.
Digamos que este verano ha estado lleno de decisiones. Pongamos que todos ellas no han sido fáciles. Y maticemos que no se ha estado sólo para enfrentarse a ellas. ¿Puede un verano englobar tanto de golpe? Con lo bien que se está relajado, sin pensar, sin labrarse una vida realizada... ¿Qué nos hace levantarnos de la cama? ¿Qué provoca que salgamos de casa? ¿Qué nos mueve a hacer cosas? Nuestra capacidad de decisión, nuestra libertad de (una buena) elección. Y no me digas que sin decisiones se puede vivir, ni que la vida es bella por hacer lo que te dé la gana. ¿Cuándo vives? ¡Si ni siquiera has decidido querer vivir! ¿Aquel desfase fue histórico? ¡Si no destilaba belleza por ningún costado!
Sólo hay un modo: pararse. Sólo hay un camino: pensar. Sólo hay una forma: Buscar el bien. Sólo hay un método: Compartir con otras personas. Nada de decidir en caliente, ni dejarse llevar por una corazonada. Ésto nos juega malas pasadas. ¿Qué hace que decidamos y permanezcamos libres? O mejor aún, ¿qué uso de nuestra libertad nos permite decidir bien? Muchas veces olvidamos el fin, y tantas otras los medios. Perdemos de vista el bien que poseen las cosas, las personas y la naturaleza. ¡Se nos nubla la vista! Y cuando dejamos de mirar, nos atrofiamos. Sólo podemos mirar completamente cuando decidimos ver. ¡Cuántas cosas ahí fuera! Y no digamos ya dentro de nosotros. ¿Quién sabe cómo se es libre? Tomando (buenas) decisiones.
Nos atrofiamos cuando no hacemos uso de nuestros dones, cuando dejamos de lado nuestra naturaleza humana. Nos atrofiamos cuando mirados hacia otro lado, aquel donde no llegue a dolernos la vida. ¡Si es un dolor gustoso! Un dolor redimido. Quien quiere algo, algo le cuesta. Una vez me dijeron, ¿estás dispuesta a llevar ese coste? Porque conlleva renuncias, sacrificios, fortaleza, voluntad, ir contracorriente... Vivimos cuando decidimos. Vivimos cuando tomamos decisiones que nos construyen por dentro y por fuera. Vivimos cuando somos libremente libres. ¡Qué remanso de paz tras decidir! Digamos que tuve que tomar decisiones, pongamos que costaron, y maticemos que salí victoriosa al contar con mis amigos de la tierra y los del Jefe (y Él mismo, claro).
Unas veces se gana y otras se aprende. Unas veces se acierta y otras se gana una experiencia. Unas veces se tiene lo que se quería y otras se obtiene lo que necesitábamos. Porque, muchas veces decidimos en base a nuestro bien, sólo el nuestro. Sólo falta que alguien aparezca de repente y te frene en seco. Quien dice alguien dice una circunstancia nueva, unas viejas amistades, un trabajo diferente... Lo que interpela es el camino. ¡En la pregunta está la vida! Y en la incertidumbre nuestra mejor versión: nos saca de la zona de confort. Quien se mueva por la vida sin pensar, sin pararse a pensar y buscar el bien, ése va a tener que hacer un doble esfuerzo y, quizás, no tenga fácil el regreso al camino. Pero quien tenga la dicha de mirar y asombrarse, de pararse y preguntarse, ése ya ha encontrado el camino. Ése es libre en él. Ése elige vivir todos los días. Nunca se atrofia.