
Pasan los años y en después de Reyes siempre tengo la misma sensación abuela. Ese recuerdo de añoranza y de sentirte a mi lado, de abrazarte en un recuerdo presente.
Te perdí en la distancia. Aquella demencia arrasó tu vida, que no tu recuerdo abuela. No encontré persona como tú, no tenías nada material pues todo era de prestado, y aún así dabas todo lo que tenías sin importarte el mañana. Nos diste a todos una enseñanza con tu reflejo en vida, sin enemigos, pues todos te querían pues a todos dedicabas tu ánimo y sonrisas.
Dolorosa fue la impotencia de no poder estar allí en tu último aliento, imaginando ese momento de lucidez antes del adiós. Al menos sí pude estar en la despedida que te dimos en familia, tras tu andar por la vida para reposar en el colchón de la muerte.
Porque una persona tan buena no puede tener otro destino que en aquel cielo azul en el que tu creías, con Jesús siempre en tu pensamiento, como divina eras tú, con tu gracia y tu contagiosa alegría natural.
Te honrará siempre tu inquebrantable empeño por mantener a la familia unida con aquellas cenas en tu casa por navidad, de mesa larga en salón corto, donde tus primogénitos discutían entre ellos con aquel invitado llamado Ego, mientras tus hijas y nueras te ayudaban en la preparación de la mesa.
Echo de menos aquellos momentos porque cuando tu desapareciste, se esfumaron.
Lo que no ha desaparecido es el recuerdo de un ayer que sigue latente hoy.
Gracias por aquellos años.
