Poco podía adivinar Gabriel que el título de una obra suya que se repetiría con más asiduidad en los titulares sería “Crónica de una muerte anunciada”. Hoy ha sido Whitney Houston, pero antaño lo fueron Elvis o Michael. Hay personajes que son fantasmas después de muertos. Y los hay que son fantasmas antes. Todos ellos murieron la última vez que los recordamos por lo que nos gusta recordarlos. Whitney Houston en un póster en la pared con una camiseta de tirantes blanca. Elvis la Pelvis moviendo la susodicha en una tele en blanco y negro. Jackson bailando hacia atrás o de zombie en un vídeo musical antes de ser zombie en un vídeo de noticias.
Luego volvían de vez en cuando. Siempre como fantasmas, un poco transparentes, un poco alejados, un poco en el lateral del mundo. Y luego, un día, un 12 de febrero cualquiera, en una habitación de hotel en la que parece que mueren todos, aunque mueran en sus casas, el fantasma se encuentra consigo mismo y dejan de existir, y todos nos acordamos de cuando no eran fantasmas, de cuando eran sonrisas en un mosaico de imágenes en una búsqueda de Google, donde, en 8 de cada 10 fotos, Whitney aparecerá sonriendo. Y sin embargo, su fantasma sólo tenía 48 años. No hay casi sonrisas hay. Sólo habitaciones de hotel vacías con uno mismo dentro. Viajes hacia las fronteras donde no se pueda ver el interior. Lágrimas con sabor a mares enteros, con ahogados y naufragios dentro. Y siempre mueren de nuevo, y siempre mueren de si mismos. Y siempre citamos a García Márquez.
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