Revista Cultura y Ocio

Siempre hay un roto para un desconocido – @LaBernhardt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

En mi ciudad hay 19 parques con árboles y zonas infantiles, 76 bancos de madera o acero para que las madres se sienten a ver crecer a sus hijos.
Seguro que todas se han quejado más de mil veces de lo poco, mucho, nada que come su bebé. Más de un millón de bostezos, no me acuerdo cuándo fue la última vez que dormí dos horas seguidas, esto de la teta a demanda es la muerte, mis vecinos también están sufriendo los cólicos del lactante, viven en los 76 bancos de los 19 parques en los que las madres lucen a sus niños.
Yo también soy madre pero sin niño porque nació muerto. Lo parí sabiéndolo porque, cuándo inventarán algo que nos ahorre esa monstruosidad, hay que hacerlo así y eso te rompe total y definitivamente.
Y no quería ser madre, lo juro, pero pasó y yo cambié y también mi casa, mi coche, que no tenía maletero para el pedazo carrito que le compré al bebé, mi vida. Porque para entonces yo ya quería ser madre, lo juro también.
Y se murió dentro de mí y me dejó vacía y llena de una culpa que me grita “has sido tú, gilipollas, no lo querías y se ha ido”, que sólo se calla cuando me tomo la pastilla de morir durmiendo, cada noche.
Recuerdo la mañana del 12 de noviembre y luego, que se hizo de noche hasta el 23 de enero.
Creo que alguien me resucitó, supongo que mi marido. No sé.
La tarde del 23 fuimos al psicólogo porque aquí, en mí, seguía siendo de noche y el sol me molestaba tanto
que no quería salir a la calle.
Hablaron en la consulta de mí. De mi hijo. De nosotros, y no, no de mi niño y yo sino de nosotros como pareja. Qué extraño me suena todo.
Un bebé Reborn como terapia. De acuerdo. No se preocupe. Dos días y lo reciben en casa. 12 meses de interacción. Vigilancia. Terapia y tratamiento psiquiátrico.
—Me quiero ir a casa.
Eso contesté.
El envío llegó el 26. No quiero hablar de la caja en la que llega porque me recuerda a la caja en la que se fue mi niño; una es de cartón y la otra, de madera. Y qué, para mí son idénticas porque me duelen igual.
Un plan, tengo un plan que yo no he ideado, que ha pensado el equipo de ayuda psicológica y que debo cumplir si quiero vivir, y quién coño me ha preguntado si eso es lo que me apetece, quién. Da igual porque mi momento de rebeldía se agota en 3 segundos y comienzo con la mierda esta.
Debo pasear con este bebé siniestro, que parece una ciruela pasa. Pasear por los 19 parques que hay en mi ciudad. Sentarme en un banco. Respirar. Pasar el duelo al sol. Respirar.
De esos 19, descarto los 7 más cercanos a mi casa; no quiero encontrarme con gente conocida, por favor.
Cada día cumplo mi horario y la rutina me va salvando de las voces y la pena. Al muñeco ya no lo veo tan ciruela pasa. Todas las semanas, un parque, varios bancos. Coincido con gente, madres la mayoría. Paso de ella, obvio.
Suelo encontrarme con un chico joven, le falta el brazo derecho. Qué pinta de raro tiene y qué cojones los míos, hablando de rarezas ajenas cuando en mi carrito va un Reborn. El tipo va buscando bancos donde sentarse, no sé, como si se muriera si no apoya el culo en uno y luego, cuando lo hace, pone la cara de aprensión más grande del mundo. Bah, que a ése me lo encuentro muchas veces, en algunos parques.
Quiero descansar un rato y mira que bien, un banco de madera…

…Un banco de madera, joder, qué mierda. Y encima está ocupado. Sí, sí: es la mujer que no deja de pasear a su bebé. Hemos coincidido muchas veces por los parques. Lo debe llevar mareado o igual es una loca de esas que no quieren engordar o su marido es narco y tienen tanta pasta que ella se dedica pasear al bebé. Aunque eso no creo que lo hagan los ricos, ¿no tienen siempre una tata que les cría a los hijos?, vete tú a saber por qué va como loca por los parques.
Venga, yo a lo mío, a superar mi mierda. Es que es de risa lo mío, joder.
Y sé que la gente se ríe de mí, yo lo sé.
Pero nadie ha sufrido lo que yo, bueno, sí: mucha gente pierde un brazo, piernas, dedos… pero es que mi brazo era el mío y los miembros amputados de los demás me la sudan.
Yo sólo quiero dejar de escuchar la sierra mecánica. Quiero dejar de vomitar cuando huelo a madera.
A mis 28 he aprendido a escribir de nuevo porque yo soy, joder, era diestro. Y ahora un monstruo. Hacerme una paja ha sido otra; la mano izquierda le pone ganas, que sí tío, que es como si te lo hiciera alguien, me decía la gente. Los huevos, pero no, nunca será mi mano derecha.
Que tengo Xilofobia, me dicen los psicólogos, o sea, miedo irracional hacia la madera u objetos hechos de la misma. Yo nunca había escuchado esa palabra pero sé cuánto sufro desde mi accidente. Y también sé que quiero curarme de este miedo horrible. Voy a decirle a esta mamá que me deje un sitio.
—Disculpe, ¿puedo sentarme a su lado?
—…
—¿Puedo?
—Ahí tiene otro libre.
—Ya, pero es que es de acero.
—¿Y?
—Que tengo que sentarme en uno de madera.
—…
—Bien, bien, bien: prueba superada. Agradecido, señora.
—Nada, hombre.
—Tengo Xilofobia, miedo a la madera desde que perdí mi brazo con una sierra mecánica. Estoy incompleto.
—Yo perdí a mi hijo y el del cochecito es un muñeco. Estoy rota.
—Encantado, me llamo Patr…
—No, no quiero saber cómo te llamas.
—Bueno, como quieras. Seamos la Rota y el Desconocido.
—Sí, claro, y reinventamos el dicho: “Siempre hay un roto para un desconocido”.
—Mola.
—Sí.
—Bueno, mi muñeco y yo nos vamos.
—Hasta el siguiente parque de niños.
—Hasta el próximo banco de madera.

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