Como un boxeador sonado y con la mirada perdida entre la muchedumbre al otro lado del cristal blindado, aparece inmortalizado en las portadas de los diarios mundiales Silvio Berlusconi. Noqueado además. Sin embargo, lo más probable es que, al margen de los piños perdidos y el tabique nasal hecho ciscos, sea su insaciable ego lo más dañado de todo. El Hugo Chávez europeo, tan baladrón, tan arlequín de salones, tan sinvergüenza y –ante todo- tan megalómano, debe sentirse como el niño malo del colegio que amedrenta a los indefensos hasta que se orina en los calzones cuando el primo de Zumosol aparece en escena para darle un buen rapapolvo. Siembra vientos... El hombre que se ufana de tener dos pelotas bien puestas mientras tan cobardemente viola la Justicia con premeditación, alevosía, ensañamiento y tantos otros agravantes como queramos, probando el sabor de la calle. Por sus papilas gustativas se deslizarían anoche una mezcla de regustos amargos, tales como el miedo; agrios como la soledad de saberse abandonado en el asiento trasero de una limusina con la boca bañada en escarlata; y, cómo no, metálico. Ese frío sabor férrico de la sangre que, como los efluvios de una borrachera, eleva el vértigo.
Las imágenes, lejos de la mezquindad y la vileza que representan en sí, tienen ese punto de justicia poética. El alguacil alguacilado. Un puzle de asombro, rabia, impotencia y unas pocas piezas de simpatía. Y es que ver al héroe caído del caballo después de un festín de cabezas cortadas siempre saca, de tapadillo, una leve pero sincera risa de conejo. Hay tanta metáfora en la chafarrinada de Berlusconi como libres interpretaciones. Obvio es que le han plantado las herraduras a martilladas a un hombre que, con ese donaire de resuelto, se ha encargado de viciar y hacer tambalear los pilares de la Democracia en un burdo conato de Marco Aurelio, versión goyesca. Sin embargo, el problema de fondo radica en el hecho vital de que, en Democracia, la voluntad de los ciudadanos no se representa a garrotazos sino en las urnas. Y es ahí donde arrasa Il Cavaliere. No vamos a entrar a juzgar la larga tradición dirigista y reglamentarista de Italia –con su pan se lo coman–; pero sí es obligado pararse a contemplar una serie de matices. Basta con pensar qué sería de la prensa nacional, en particular, y la mundial, en general, si cualquier votante de la derecha lanzara una Catedral de la Almudena en miniatura a la boca de Zapatero con idénticas consecuencias. A lo menos, España sería un país de Camisas Azules. Sólo hay que recordar la agresión a Bono. Y, por el otro lado, baste recordar el intento de agresión a María San Gil en la Universidad de Santiago de Compostela por miembros de AGIR –grupo filoterrorista hermanado con Ikasle Abertzaleak–; el ataque a Nerea Alzola cuando pegaba carteles del PP en las calles de Bilbao; el intento de agresión a Dolors Nadal en la Universidad Pompeu Fabra; las agresiones a Piqué y Ángel Acebes en Martorell; por no hablar del intento de asesinato con coche bomba a José María Aznar o el disparo en la pierna por los pistoleros de Terra LLiure a Jiménez Losantos. Y más de lo mismo al otro lado del charco. ¿O no fue para la progresía miel sobre hojuelas contemplar el zapatazo a Bush por parte de un periodista iraquí? La violencia, cuando va dirigida contra personas de ideas contrapuestas con el pensamiento único de la izquierda, parece ir recubierta por un halo de mérito aceptado por el común del hombre-masa, que propugnara Ortega en La rebelión de las masas. Sin embargo, en el caso contrario, sería cruzar las puertas del mismísimo Averno. Efectivamente: las cuentas no salen. Tan deleznable es una como la otra.
Así, de igual nos viene el caso Tertsch. Lejos de culpar directamente a Wyoming –Redacción va por un lado y el presentador por otro– sí lo hace connivente, pues no viene de nuevo esa demonización de la derecha ¿Cabe imaginar idéntica agresión contra Iñaki Gabilondo después de que, por ejemplo, Pío Moa hiciera un montaje de la misma ralea que el emitido en El Intermedio? Más vale cruzar los dedos, pues pequeña sería la granizada… Existe pues una suerte de Tribunal de los Tumultos cómodamente instaurado en el inconsciente colectivo no sólo del rojerío, sino incluso a niveles más generales y apolíticos.
Que Berlusconi representa el golferío más fachendoso y ramplón de la política mundial de sobra es sabido. No es Santo de mi devoción para defender su gestión ni, mucho menos, su chabacanería de verdulera; pero resulta curioso que, actos tan nefandarios como los de ayer, siempre caen por el mismo lado del derrocadero. Será que ser político y de derechas es deporte de riesgo. Siempre son los mismos...