Revista Opinión
Fue un viernes, de eso estaba seguro, tan seguro como que hoy también es viernes, pero no se acuerda del tiempo transcurrido, si dos, cinco años o cien años. Era viernes porque los viernes son para él días especiales, días señalados en los que su vida cobra algún sentido y cuando suelen suceder hechos que alteran su rutina. El resto de la semana su vida es completamente anodina, aburrida y previsible, cual autómata que ejecuta siempre los mismos movimientos. Pero en los viernes, siempre tan anhelados, se despiertan sus sentidos y emergen expectativas que confieren a su existencia la posibilidad de la novedad, de hacer algo distinto, algo que le satisfaga o, simplemente, algo que desee. Y aquel viernes, cuando las primeras caricias del invierno te cogen desprevenido y sin abrigo, lo tuvieron que ingresar en un hospital. No podía haber sido cualquier otro día de la semana, sino un viernes, precisamente. Por eso lo recuerda y todavía le molesta. Ha olvidado incluso exactamente el motivo del ingreso, si fiebres o palpitaciones, pero el caso es que le fastidiaron el fin de semana. Una excepción que, como no podía ser de otra manera, sucedió un viernes. Como hoy. Como todos. Como siempre.