Revista Cocina

Siente lo que haces

Por Robertosancheze
Si es tu primera visita, me gustaría darte la bienvenida que te mereces.
(Como cada lunes, me gustaría aportar mi granito de arena para que el primer día de la semana sea un gran día para ti. Por eso comparto este capítulo revisado y actualizado de “Una vida sencilla”. ¡Feliz lunes!)

Siente lo que haces

Siente lo que haces

Hace un tiempo disfruté de una conferencia vía Youtube en la que la psicóloga Pilar Sordo presentaba su libro ¡Viva la diferencia!, donde expone sus conclusiones y opinión acerca de las diferencias entre hombres y mujeres -muy recomendable ver la exposición entera. En sí, no se aleja mucho de las ideas escritas por John Gray en Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, a excepción de sus conclusiones finales, muy rotundas.

El mejor momento de su conferencia, de esos que te ponen la piel de gallina, es cuando Pilar relata la siguiente anécdota:

“Hace unos años atrás vino a mi consulta un hombre de 40 años, ciego, con una depresión horrorosa, al cual yo le pedí que por favor me anotara todas la cosas buenas que le pasaran en el día. Luego se marcha. Yo empiezo a revisar la sesión y en esta omnipotencia de los que no somos discapacitados pero que somos discapacitados del alma, que es harto peor porque la única diferencia entre un discapacitado y yo es que la discapacidad de él se ve y yo hago todo lo posible porque la mía no se note, yo digo: – No va a ser capaz de hacer la tarea, todo cagado, deprimido y ciego.

Llega la semana siguiente y entra con un maletín a la oficina. Nada más entra, yo le pido disculpas por haberle pedido la tarea y haber sido impaciente por mis ganas de que todo el mundo esté bien rápido y que entendía que él no pudiera haber hecho la tarea. Él contesta: – No, si yo la tarea la hice y me siento súperbien. Vengo a darte las gracias-. De hecho fue la última sesión que vino.

- Bueno, ¿dónde está la tarea?- digo yo.

- Acá en el maletín- abre el maletín y saca cuatro cuadernos.

- ¿Y esto qué es?- pregunto yo.

- Mi tarea.

- Pero Jaime, ¿cómo me traes cuatro cuadernos de todas las cosas buenas que te pasaron en una semana? Estás más loco de lo que me pensaba.

- No mujer,  pero si yo me siento mucho mejor.

Agarro uno de los cuadernos y empiezo a leer. Llevaba dos páginas leídas y me largo corriendo a llorar, ¡pero con hipo!

- Pili, ¿qué te pasa?- pregunta preocupado.

- Mira, lo que me pasa es que yo estoy peor que tú y no me había dado cuenta. ¿Por qué? Porque yo no veo nada de lo que tú ves, aunque puedo sentirlo igual.

Se mueren de la cantidad de cosas que registró: la temperatura de la ducha en la mañana, la maravilla de secarse el cuerpo con una toalla seca, el poderse meter en una cama con sábanas limpias, el poderse acostar con un pijama limpio, el olor del pan tostado, la textura de la salsa de tomate en el almuerzo, el Sol pegándome en la cara cuando camino, el olor a jazmín, las chispitas de la Coca-Cola pegándome en la nariz, la gentileza de una cajera en el supermercado… cosas que todos los que estamos aquí vivimos por montones todos los días, pero como estamos más ciegos que Jaime no vemos nada.

Por eso tenemos una generación de niños tremendamente desagradecidos que son capaces de encararse a una mamá porque se demora diez minutos en llegar a buscarle al colegio, machacándola durante todo el camino a casa con una sensación de autoridad increíble porque no han aprendido a valorar nada de lo que tienen.

Y eso es producto de que nosotros nunca decimos que la ducha estaba exquisita, que la toalla estaba suave, que tenemos un pan tostado para comer,… Porque los que tenemos la fortuna de tener nuestras necesidades básicas satisfechas cada vez nos hemos vuelto más insatisefechos y cada vez esperamos cosas distintas para poder ser felices, sin entender que la felicidad es una decisión. Yo decido libre y soberanamente ser feliz, y eso va a depender de la capacidad que tenga para registrar las cosas que tengo y no las que me faltan. Ser feliz es un tema de actitud, y yo puedo estar permanentemente feliz, no siempre contento, pero sí feliz en la medida en que logre encontrar sentido a todo lo que hago.

Si viéramos la mitad de lo que Jaime podía ver, nuestras vidas cambiarían radicalmente hoy mismo.”

Los expertos no cesan en insistir en lo poco racionales pero muy emocionales que somos. Nuestras opiniones, decisiones, las cosas que nos hacen disfrutar y sentirnos vivos, las satisfacciones,… tienen un origen eminentemente emotivo.

En cambio, nosotros no hacemos más que pensar y pensar. Ordenar, estructurar, adelantarnos al tiempo presente repasando agendas y tareas, marcando objetivos futuros, rellenando listas,… ¿Y todas las sensaciones que me pierdo mientras pienso?

Desde luego que la razón también juega un papel importante en nuestra vida, no la menosprecio, para algo estará ahí. Pero a nivel personal últimamente estoy aprendiendo y descubriendo que obtengo mejores resultados cuando me dejo llevar, detecto lo que me hace feliz y lo que no, y me pierdo en todas esas actividades y pequeñas acciones que me hacen disfrutar, sentirme vivo.

Y no son resultados a los objetivos que planifiqué. Son fruto de mi día a día, de escuchar mis emociones para luego, racionalmente, administrarlas y gestionarlas. No alcanzo el bienestar, sino que vivo en él; me encuentro bien conmigo mismo a todos los niveles. Es entonces cuando, tarde o temprano, llegan los resultados de los objetivos marcados, como por arte de magia, como simples consecuencias.

Sentir lo que haces en el momento presente es la llave que te abre la puerta de la felicidad. Después tendrás diferentes maneras de entrar y vivirla -objetivos racionales y emocionales. Presta atención a las sensaciones que recibes para cada acción. Desde las más simples, como una ducha, a las más complejas, como la satisfacción de finalizar un gran proyecto. Porque si no sientes nada, ¿estás seguro de estar vivo?


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