La última vez que visitamos Albarracín disponíamos de más tiempo para explorar otros lugares por la zona, así que hicimos un pequeño recorrido por la llamada Sierra de Albarracín; no pudimos visitar absolutamente todas las poblaciones ni hacer todas las rutas que componen la sierra, pero sí quiero destacar aquí dos de los lugares que nos llamaron más la atención.
En el camino de ida, decidimos hacer una pequeña parada en el nacimiento del río Tajo, que con sus algo más de 1.000 kilómetros es el más largo de nuestra península. Sin embargo, al llegar a este punto, en plenos montes Universales, nos pareció increíble que el pequeño arroyo que allí se veía pudiera llegar a alcanzar ese enorme caudal cuando desemboca en la ciudad portuguesa de Lisboa. El punto en el que nace el río está en la localidad de Frías de Albarracín y se llama Fuente García, aunque parece que hay un poco de controversia con esto, así que prefiero no pillarme los dedos afirmando que es ese el punto exacto; en una de las orillas del arroyo hay un mojón que tiene grabadas en sus caras varias leyendas, indicando tanto el origen del río como los nombres “Fuente García” y “Navaseca”, los dos arroyos que con su pequeño cauce originan el nacimiento.
Junto a él se encuentra un monumento de lo más curioso; se trata de un conjunto de esculturas de metal, cuyo autor es José Gonzalvo (natural de Rubielos de Mora, un pueblecito de la provincia de Teruel), y que simbolizan las tres provincias que confluyen en este lugar: Cuenca, representada por un cáliz y una estrella; Guadalajara, por un caballero; y Teruel, por un toro y una estrella. Al lado de las tres provincias destaca otra escultura, esta de tamaño bastante mayor, que representa al padre Tajo, en forma de venerable anciano, con los siguientes atributos: unas barbas larguísimas que se refieren a la longitud del propio río; una corona cuyos picos simbolizan la nieve que al derretirse origina los arroyos en los que nace el río; y una espada con cuyo nombre romano, tagus, se hace mención a la línea que el Tajo dibuja en la península en su recorrido desde el este hasta el oeste. Nosotros no llegamos a quedarnos aquí porque de camino a Albarracín paramos a comer en Frías, pero en los alrededores de este enclave hay una zona muy chula, con un pequeño lago y varias mesas, en plan merendero, en la que siempre se puede parar un rato o incluso hacer alguna de las rutas marcadas.

En cuanto al espacio protegido de los pinares, se encuentra a pocos kilómetros a las afueras de Albarracín, y en él se pueden realizar también varias rutas, con distintos niveles de dificultad; o bien, lo que más nos llamaba la atención a nosotros, investigar la zona de las pinturas rupestres. Además de kilómetros y kilómetros tanto de pinos rodenos como de caminos, hay varios puntos muy bien señalizados en los que se encuentran los abrigos de las cuevas en las que se conservan estas pinturas rupestres, que pertenecen al denominado “arte levantino”.
En varios puntos de los pinares encontraremos unas señales muy características; están colocadas en estacas de madera clavadas en el suelo, son de color rojo y muestran la figura de un arquero levantino. Serán estas las indicaciones que deberemos ir siguiendo hasta llegar a los diferentes abrigos; en cada uno de ellos encontraremos paneles informativos (algunos casi imposibles de leer porque están medio desgastados por el efecto del tiempo y por estar a la intemperie) que nos muestran el nombre del abrigo en cuestión, así como una “chuleta” con las diferentes figuras rupestres que nos vamos a encontrar pintadas en la roca.

A pesar de que el tiempo nos cundió bastante y pudimos ver unas cuantas cosas con calma, me temo que aun así todavía nos quedan muchos rincones por descubrir en la sierra de Albarracín. Pero seguro que en algún otro momento repetiremos.