Revista Viajes
Escondida y remota, la Almenara forma un extremo de la Sierra de Guadarrama de la que está separada para jugar a su propio aire. Según nuestras cuentas (más de Jose que mías), era el último rincón que nos faltaba por recorrer, seguramente por estar alejada del cogollo serrano. La teníamos dibujada en los planos y en la mente. Aprendimos hace tiempo que todas las montañas tienen su encanto y su grandeza; igual que ocurre con las personas, independientemente del tamaño cada “pieza” de la naturaleza tiene su valor vital, somos únicos formando parte de un todo.
Comenzamos el viaje por la solemne M 40 y, después de diferentes desvíos, llegamos por la reducida carretera M 531 hasta la entrada de la Ermita de Navahonda. Nuestro caminar era sereno a esta primera hora del día, el frio de la mañana… (no seguiré con ese frase pues es una tautología) ¡las mañanas de febrero en Castilla son frías! La otra propuesta para hacer la Almenara es llegar desde Robledo de Chavela, hermoso pueblo y paseo interesante más largo hasta nuestro objetivo.
Entramos en nuestro lento caminar hasta el lugar de la ermita después de una fuerte curva hacia la derecha; la bordeamos por cualquiera de sus dos costados y allí está el muy bien señalado camino de los romeros que une ermita y pueblo. Continuamos hasta el Collado de Navahonda, a su derecha está el Pico Navahonda, continuando sin posible pérdida llegaríamos hasta el pueblo de Robledo de Chavela. Seguramente comentaré este camino, que ahora vamos a abandonar, más despacio en otra entrada.
A la espalda de Jose queda la portilla, el Collado y el Pico de Navahonda. Fija la vista, amable lector, y podrás recorrer a la altura del Collado y hacia la izquierda, un trecho del sendero que continúa hacia Robledo de Chavela.
En el Collado, encontramos la portilla por la que entramos hacia el sendero que nos llevará hacia la cima. Recomiendo a mis lectores que, superada la portillera, tomen el camino que está pegado a la alambrada y retrocede unos metros hacia la izquierda, el sendero comenzará muy pronto a subir y el montañero estará metido en un paseo sin más pesadumbre que la misma posible fatiga de la marcha en un sube y baja hasta llegar a la parte final de “escalada”.
Hubiera sido más sencillo hacer lo que dicho tengo; pero yo, que iba delante en el dúo de la marcha, arranqué a trotar monte arriba y añadí innecesarias dificultades a la sosegada ascensión. Quise después acortar por una ladera de la montaña y me enrisqué entre rocas y marañas, arrastrando en mi cabezonería a Jose que me sigue seguramente para que no me extravíe en mis frecuentes y no siempre acertadas pesquisas. Arreciaba el viento con ecos rebotados entre las peñas y las ramas, mientras los dos montañeros hacíamos una difícil búsqueda se sendero…
Pino y sendero. En la cima resistentes pinos, como el de la fotografía, mantienen hileras de cencellada. A su lado pasa el camino sin pérdida, por donde silba el viento camino de la cumbre buscada.
Pero llegamos al sendero bueno, el que siempre estuvo pese a nuestro intento de descubrir otros nuevos accesos, en una de las zonas cimeras por las que pasamos esta jornada. Llegamos y continuamos la marcha, los acompañaba una pesadumbre en forma de desagradable ventisca con la que la montaña quería disuadir la marcha. Cada jornada de montaña tiene cien diferentes encantos, cien sobresaltos; hoy en la pequeña sierra de Almenara aportamos una innecesaria investigación. Pasamos entre traviesas zarzas, bajo corpulentos pinos que desafían cada año la dureza del invierno, atravesamos roquedos contundentes, sonrientes valles, quebrados praderíos.
Torreta para las señales. Almenara es un término árabe que significa “lugar de luz”, desde esta torreta hacían señales los vigías cuando el sistema telefónico era aún imprevisible. Cuentan los filólogos que conservamos más de cinco mil palabras que devienen del tiempo del árabe en la península. Comenzaré a estudiar idiomas, al menos rudimentos de diferentes idiomas.
Los últimos cuarenta y cinco metros son de subida directa; los montañeros dejamos en la base de la subida final la mochila y los palos y, apoyados en pies y manos, llegamos hasta la hermosa cumbre a una hora en la que aún no era posible que estuviera paseando el espíritu del moro que hace muchos siglos era vigía sobre esta cima y con una hoguera avisaba a su rey de Toledo de los belicosos movimientos de los cristianos. Hoy la cumbre es reposo y belleza. ¡Qué hermosura de paseo!
Reposo y belleza sobre la cumbre. Hermosa vista de las Machotas que esconden el Escorial, más lejos cumbres del Guadarrama a las que podemos poner nombre y sobre las que hemos posado nuestros pies y nuestros corazones.
Javier Agra.