Revista Viajes
Las nubes cubren las sierras más altas del Guadarrama, de modo que elegimos regresar a la guapa Sierra de Hoyo de Manzanares. Llegamos al pueblo que da nombre a la Sierra, en la urbanización del Picazo, bajo una encina cercana al depósito de agua. A las ocho de la mañana, los sábados aún está solitaria la naturaleza, los montañeros entregan su primer despertar a la tierra mientras se esconden los conejos y los ciervos.
El gran roquedo de granito de El Picazo, lleno de vida por las graciosas dedaleras, es la primera cumbre que encontramos y bordeamos, obligados por una valla metálica para preservar el entorno de predadores humanos. El sendero está muy bien marcado, la marcha de los montañeros es gozosa, el reducido desnivel permite la conversación sin aumento de fatiga… yo prefiero caminar en silencio conversando con la multitud de encinas, los escondidos enebros, los pequeños cantuesos o los milenarios tomillos.
Al lado del sendero encontramos este vivac ante el que nos detenemos llevados por la curiosidad; probablemente no resulte necesario salvo en extrañísimas circunstancias, pero es un buen reposo para aventuras diversas, incluso para optar por una temporada de vida anacoreta.
Dejamos atrás la Peña del Búho, subimos hasta la Peña del Molinillo…en este momento del recorrido ya estamos familiarizados con el granito y sus microdioritas que no saben vivir independientes o no se han acostumbrados y necesitan ir del brazo de rocas más abundantes. Así llegamos al pequeño prado (acaso sueña con llegar a ser nava para transformar sus juncos en pasto verde) de El Estepar, la cumbre más alta de esta Sierra con mil cuatrocientos tres metros. Aquí empiezan los montañeros a pisar nieve, aquí el viento se ha mudado en huracano tifón que barre la montaña entre bramidos y carcajadas.
Los montañeros aguantamos en la cima de El Estepar (también llamado La Mira), mientras las nubes se aprietan con furiosa amenaza.
En sendero está cubierto de nieve, de sosiego libre de encinas, de jaras dormidas; la sierra conserva entrañas de siglos, ofrece a los montañeros añosos despojos. La fotografía siguiente es la ruina de la Torre de La Mira que aún resiste el tiempo desde que por aquí estaba asentada la España árabe; entre los siglos nueve y once esta Sierra de Hoyo de Manzanares era lugar estratégico de vigilancia y ¡ay! batallas y sangre. En otro lugar, apartado de nuestra ruta, está la Torrecilla. Ambos son torreones por su forma rectangular, la Atalaya tenía la misma función de vigilancia y su forma era circular. En otro momento escribiré sobre esas diferencias (o tal vez no escriba)
Los montañeros rumian pasado ante las ruinas de la Torre de la Mira.
Estamos viendo La Tortuga. Aquí tenemos que ejercitar la paciencia y bajar dejándola a nuestra derecha. Cuando estamos situados frente a su cabeza…
… Más allá aún de lo que indica esta fotografía, encontramos un sendero empinado que nos deja, allá arriba, junto al pétreo caparazón. La última subida es lo más dificultoso de esta jornada, el corazón de los montañeros late al mismo tiempo que la tierra, late con la roca que araña y acaricia entre la duda del regreso y la osadía de los últimos pasos, bajo nuestra mirada miles de encinas y pequeñas plantas nos alientan, sobre nosotros el buitre llama a culminar en lo más alto la jornada…
… Y aquí estamos, Jose y yo, apoyados ya sobre la cima.
Javier Agra.