Revista Psicología

“Siervo bueno y fiel”

Por Rms @roxymusic8

Cuando conocí el Opus Dei, lo que se dice conocer de primera mano, no me decía nada el nombre con el cual se dirigían al sacerdote D. Javier: el Padre. Era el Prelado. El manda más, para entendernos, y para entenderme por aquel entonces. Recuerdo que me hablaron del fundador, San Josemaría, al cual también se referían con un nombre peculiar: nuestro Padre. Imaginaréis mi desconcierto los primeros días para saber dirigirme a uno y a otro cuando les quería nombrar en alguna conversación con personas del Opus Dei. No era difícil, pero supongo que se me hizo cuesta arriba al no ser personas familiares para mí. Corría el año 2006 y fue mi primer encuentro con el Opus Dei a lo grande.

Se celebraba en Valencia el Encuentro Mundial de las Familias. Venía el papa emérito Benedicto XVI y yo fui voluntaria junto a chicas numerarias de un centro de la Obra (como se llama cariñosamente). Fue mi primer contacto con jóvenes que no separaban su fe de su vida, es más, la entrelazaban casi sin darme cuenta, de una forma muy natural y nada enrevesada. Una cosa muy atractiva para mí y que llevaba buscando durante mi adolescencia. Mi primer recuerdo de el Padre fue en una tertulia que hubo al finalizar aquel encuentro. Fuimos al colegio Guadalaviar. Tuve que arreglarme un poco más y llegar puntual para coger un buen sitio. Me dijeron que era una ocasión especial, un privilegio y que valdría la pena escucharle. Recuerdo estar en primera fila, sentada en el suelo y mancharme la falda con el polen de unas flores que estaban colocadas en el escenario. ¿No recuerdo nada más importante? Sí, el ambiente de familia, cómo se guardaba silencio y se prestaba atención a cada una de las palabras que decía el Padre, cómo se movía lento pero destilando cariño en cada gesto... Y una pequeña anécdota que ahora recuerdo con nostalgia y me hace comprobar cómo ha crecido mi cariño hacia su persona: al finalizar la tertulia, todas las chicas numerarias que conocí ese verano se levantaron y fueron corriendo tras él. Se pusieron a su lado y empezaron a hablar, a darle las gracias, a mostrarle su cariño... Yo lo veía todo desde lejos y pensaba: ¡qué les pasa a estas chicas que van tras ese señor mayor como si fuera su abuelo! Pero tiempo después comprobé que para ellas no era sólo un señor mayor, ni para mí.

Tras ese primer contacto con el Opus Dei, con personas que pertenecen a la Obra y con el Padre, comencé un camino. Me adentré de lleno en ese ambiente y tuve la oportunidad de familiarizarme con todo aquello que al principio no me decía nada. Así fue cómo, a los pocos meses, fui a Torreciudad a la celebración de unas ordenaciones de sacerdotes de la Obra. La misa iba a celebrarla el Padre y luego tendríamos una tertulia con él. ¡Cómo calaban sus palabras! Todas entraban en mí con una facilidad espasmosa. Yo no leía entre líneas, sólo acogía, recibía todo lo que me iba llegando. Me preguntaron al finalizar qué me había parecido, si me había tocado algo en especial. El Padre siempre habla de vocación. Nunca deja este tema en el olvido. ¡Es tan importante responder a la llamada! Y, sí, yo dije sí por dentro pero no sabía que respondía a esa vocación en concreto. Era un sí a seguir queriendo crecer por este camino que acababa de conocer con apenas 18 años. La figura de D. Javier cada vez se me iba presentando más cercana, le iba cogiendo cariño, le aceptaba en mi vida.

¡Es tan fácil quererle! Lo palpaba cada vez que leía su carta mensual, en cada homilía que daba en celebraciones especiales, en cada palabra en sus numerosos viajes pastorales... Y en cada una de esas tertulias que tuve ocasión de vivir, y en aquella Semana Santa de 2007. Roma, la ocasión más especial de vivir una misma experiencia cerca de el Padre. Me invitaron a la Vigilia Pascual en la iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz. ¡Fue toda una resurrección para mi vida! Cómo celebraba Misa, qué amor en cada palabra y gesto, qué interiorización y cómo rezaba. Sé que en ese momento no fui del todo consciente del gran privilegio que se me concedió aquella tarde noche, pero yo me fijé en todo porque era la primera vez que vivía algo así. ¡Qué cantos más bonitos! Eran en latín. No lo había estudiado, pero me solté a cantar. Todo fue lento y rápido al mismo tiempo. En la tertulia que tuvo con sus hijas (espirituales) y con personas que se acercan a los centros de la Obra para formarse y crecer en la fe, me encontraba a gusto, tranquila, le escuchaba con atención. Creo que no aparté la mirada de él en ningún momento, sólo cuando intervenía alguien para hacerle llegar alguna preocupación, duda o aspecto importante.

Una de las últimas veces en las que he estado escuchando a el Padre en una misma sala fue en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid en el año 2011. Los fieles de la Obra tuvimos la ocasión de verle en otra de estas tertulias que, a pesar de ser multitudinarias, nunca dejan de ser familiares y cercanas. Y, en estos momentos, vives el espíritu de la Obra: la unidad. La jerarquía sin caretas, trasparente y próxima. También es ocasión de saber cómo está el Padre. Vi que pasaban los años por él, pero que sigue con la misma energía y fuerza que el primer día que le conocí, ya tocado de su peculiar gesto del cuello levemente inclinado hacia un lado. Éso fue lo que me llamó la atención de él en cuanto a lo externo. Más que nada porque eso no le impedía seguir con el programa establecido ni se desentendía de sus hijas e hijos espirituales y de sus miles de actividades en torno al Opus Dei, la Iglesia y la formación académica, social, doctrinal y espiritual de cuantos acompañaba.

La última vez que lo vi fue en la Beatificación de D. Álvaro del Portillo en Madrid de hace dos años. Al finalizar mi labor como voluntaria durante la semana de eventos culturales en torno a la figura de D. Álvaro, hubo una tertulia para los fieles de la Prelatura. Era a puerta cerrada e iba a ser para un número pequeño de personas. Yo no supe de esta tertulia hasta que la jefa de voluntarias me llamó para invitarme a ir, pues me había merecido estar allí por el trabajo realizado (por aquel entonces ya no era miembro del Opus Dei). Echando la mirada atrás veo lo afortunada que fui, pues en esa tertulia con el Padre supe algo importante en mi camino espiritual. Fue allí, junto a él y una amiga mía. Mi historia personal no la puedo entender sin estas dos personas. Fue una tertulia muy especial por ser un regalo inesperado. Fue entrañable. Nunca se me olvidará ni se me borrará de la mente y el corazón su mirada tierna, cariñosa a quien tuviera delante o cuanto tuviere ante sus ojos. Ni sus palabras adecuadas y prontas en las contestaciones que daba en las tertulias, en sus escritos y en sus meditaciones. Tampoco el tono cariñoso de su voz, dulce y serena; entraba sin calzador a lo más profundo del alma de quien le escuchase. Ni el ya comentado gesto del cuello que pasaba desapercibido porque él mismo centraba la atención en sus palabras. Tampoco su espíritu incansable, su entrega total en cada instante, no dejaba de atender sus compromisos sociales y nunca quería que éstos le quitasen tiempo para estar con sus hijas e hijos. Nunca olvidaré el profundo amor que tenía a Jesús y a la Virgen María y San José; cómo recordaba las palabras de Jesús, el Evangelio del día y lo sacaba en cada tertulia; también cómo quería a nuestro Padre y al Beato D. Álvaro por sus innumerables referencias a sus personas, palabras y gestos humanos que había vivido con ellos. El Padre era, realmente, un hombre de Dios. Siervo bueno y fiel.


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