La meta esencial de los cubanos es saltar el charco. No importa la manera. Todo vale.
La historia de los siete cubanos, entre ellos una niña de nueve años y dos enfermos de VIH, que se encuentran refugiados en Serbia, junto a emigrantes Sirios, Afganos y Paquistaníes, ilustra el mayor de los desesperos.
La historia fue divulgada ante los ojos del mundo por el Diario La Vanguardia.
Los cubanos se encuentran en este campamento de refugiados como si huyesen de los talibanes o de las bombas de ISIS. Desean poder cruzar la frontera hacía Hungría para seguir camino y llegar a España. Quieren llegar a cualquier país europeo, con tal de no regresar a Cuba.
Jenly Herrera es un enfermero cubano que forma parte de la expedición, tiene 33 años. Voló desde Cuba hasta Rusia, aprovechando que no hay necesidad de tener visado. Después siguió hasta Montenegro. Más tarde un tren lo llevó hasta Belgrado. Ahora están en las afueras de Krnjaca, en las afueras de Belgrado. Allí otras mil personas aguardan su turno para poder seguir camino. Quieren pedir asilo en la Unión Europea.
“Prefiero morirme en cualquier país lejano del mundo que volver con los Castro. Me escupían, me pegaban como a un perro y me discriminaban por ser gay”, asegura Herrera.
Herrera vendió la casa que le dejó su madre en Centro Habana y compró los billetes de partida. En total, se gastó unos 1.300 dólares en ir hasta Moscú, 300 euros en volar a Podgorica (Montenegro) y 34 euros en el tren hacia Belgrado.
“Queremos llegar a España ya porque es un país que quiere a los gays y donde nos podremos casar”, apunta.
Lo cierto es que Herrera y sus compañeros de aventura llevan casi seis meses bloqueados en el centro de asilo de Krnjaca, como el resto de refugiados que esperan pacientemente tras el cierre de la frontera húngara.
Desde hace un año, Budapest solo permite la entrada de 30 personas al día, lo que obliga a los emigrantes a un bloqueo de meses en Serbia. Herrera, con VIH, denuncia que en todo este tiempo tanto él como su pareja, Leandro, solo han recibido el tratamiento en una ocasión por falta de fondos.
Roselyn Domínguez, su hija Adriana, de nueve años, y su marido también se encuentran entre los cientos de familias kurdas, afganas, sirias o iraníes en este campo serbio.
“Es como las Naciones Unidas en miniatura”, bromea Domínguez. “Yo me he ido de Cuba porque no podía dar de comer a mi niña y porque no tenía derecho ni a protestar por la situación. La represión política todavía es muy fuerte, digan lo que digan”, declara al diario español.
En Horgos, en el campamento informal donde esperan los refugiados que en los próximos días cruzarán la frontera, se encuentran otros dos cubanos, Graciela de la Caridad y Esteban Trujillo.
Trujillo, aparcaba autos en un hotel del barrio habanero del Vedado. Decidió intentar buscarse una vida mejor para intentar llevar a su familia a Europa.
Es el cocinero oficial del campamento de Horgos y los afganos le observan con admiración mientras prepara arroz con atún para todo el grupo. “No sabes lo que daría por un buen puerco asado”, confiesa.
Su compañera de viaje, Graciela, incluso le dice a las afganas que se liberen del velo “porque es una imposición del hombre a la mujer, y esto no está bien”, pero ellas no la entienden; asienten y sonríen.
“Si te digo la verdad, hay muchos días en que me pregunto si todo este duro viaje habrá valido la pena. Estos últimos días están siendo un infierno”, dice la cubana. Duerme en una tienda de campaña con apenas servicios básicos de higiene, a la espera de que le den turno para llegar a Hungría.
“En realidad, si no es España, me da igual. Cualquier país será mejor que Cuba”, apunta resignada Graciela.
Con información de La Vanguardia y Diario de Cuba.
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