Es imposible hablar de Sigiriya sin antes hacer foco en esa isla llamada Sri Lanka, cuya bandera no es habitual en ninguno de los eventos que reúnen diferentes países del mundo: ni juegos olímpicos, ni mundiales de fútbol, por caso.
La República Democrática Socialista de Sri Lanka es una isla ubicada al sudeste de la India, en pleno Golfo de Bengala. Es casi imposible reproducir aquí los signos de su idioma, el cingalés. El país es multirreligioso y multiétnico, pero el hinduismo prevalece por sobre las demás expresiones.
Pues bien. Dentro de Sri Lanka, Sigiriya es un complejo palaciego donde la ciencia ha logrado descubrir un conjunto de ruinas arqueológicas que datan del siglo V de nuestra Era. Eso, a raíz de que, en el tiempo de su fundación, gobernaba el rey Kasyapa, que mandó construir su palacio allí, en lo que luego supo ser un monasterio, y, antes de esta historia, un templo.

Para comprender mejor, hay que tomar en cuenta que, según las crónicas, Kasyapa mató a puñaladas a su padre, y lo ocultó dentro de una roca en la misma montaña, como emparedándolo. Su hermano Mogallana huyó y prometió venganza, y Kasyapa se recluyó en esa construcción, mitad palacio, mitad fortaleza, aguardando el retorno de aquél; lo que efectivamente ocurrió, años más tarde.

El otro detalle, es que, si se mira de cerca en la base del monte, de la piedra salen dos garras, a los costados de la entrada al palacio, como de un felino de enormes proporciones; hay quienes dicen que, con eso, Kasyapa advertía a todo enemigo que osara acercarse a su fortaleza.

Lo mismo ocurre con la fauna y la flora locales. Sigiriya es, como muchas de las ciudades del país, un lugar en el que los animales son respetados. Además de poseer una biodiversidad notable en el mundo entero, el Macaco de Sri Lanka (ver foto) se destaca por ser endémico en Sri Lanka. Al recorrer Sirigiya, no es nada raro que venga uno de ellos por comida. ¡Son sociables!
