N oviembre de 2009. Todos los telediarios abren con una tal Aminetu Haidar, activista saharaui que nos distingue haciendo huelga de hambre contra Marruecos en el aeropuerto de Lanzarote. Los bienintencionados de guardia chupan cámara, instando a la acción del Gobierno que lidera (es un decir) el risueño ZP.
¿Qué hubo de la famélica Aminetu? Ni idea: pronto cae de la portada a la página 53, pues 2010 no da tregua. Es el año de la 'desaceleración' (la crisis que no era), la subida del IVA (perpetrada con el heroico apoyo del PNV), la hecatombe de Grecia y el telefonazo de un Obama desvelado por el déficit alarmante, con huelga general aparajeda. Pero agarra diciembre y arma la mundial: huelga salvaje de controladores aéreos. Miles de viajeros en parihuelas y el ilustrísimo Pepiño amaga con militarizar hasta los carromatos de castañas. La cosa se atasca en los despachos, porque se nos echa encima la guerra de Libia. Alguno dice que no hubo guerra, lo que se dice guerra, pero a Gadafi le dan matarile.
Trama Gürtel, artículo 155, anchoas Revilla, copago farmacéutico, Podemos no puede, muro Trump, un niño se desgracia, Aminetu, nueva cinta del comisionista Villarejo, atentado yihadista, Maduro pocho, cambio climático, violación grupal, Siria, diésel no, Mourinho se enrabieta, descuartizan a un periodista, dictada una sentencia impopular (jueces al paredón), manifa de pensionistas, pateras a la deriva, un asesino reinsertado reincide (la perpetua revisable, revisitada). Cataluña. Brexit. Vox. El taxi.
El locutor Luis del Olmo se pasó media vida rompiendo lanzas por el gremio, como el flautista de Hamelin. A mis escépticos ojos saltaban los malos modos ('Si sé que es tan cerca, no le cojo', '¡Joder, encima con maletas!') y la discusión sobre el modo de pago. 'En efectivo, que no tengo tarjetas', te espetaba el propio, rascándose la entrepierna. Yo tomaba un taxi en Bilbao -30 pavos- y luego estaba en Madrid -otros 30 machacantes- y a veces no llevaba tanto efectivo, pero no había manera: 'Le llevo a un cajero, pero es más vuelta y el taxímetro no para'.
No, señor del Olmo. En el sector habría gente muy digna, pero era un cotarro licencioso. Un grupo de presión amparado por chanchullos transgénero y tarifas chungas, una flota de choneras ambulantes con nicotina fósil y bombonas de gas agazapadas en el maletero. El pasado agosto, don Manu Andoni Ruiz, presidente de los taxistas cántabros, declaraba a 'El Diario Montañés: 'El servicio debe mejorar mucho, en atención al cliente y en buena presencia'. Claro, es que no habían tenido tiempo; los oligopolios es lo que tienen, que te lías y te dejas lo principal.
Total, que se estrena el VTC. Releo despacio las siglas: V de 'vehículo', T de 'transporte' y C de 'chófer'. ¡Anda, como si dijéramos un taxi! Exactamente lo mismo, aunque a uno lo mangonea el Gobierno (las Autonomías) y al otro lo acribilla el Consistorio. Vienen los cortes de carreteras, los neumáticos ardiendo, los chaparrones de pedradas, pero ¡leches!, todo estriba en un conflicto leguleyo entre administraciones. Administraciones que, por sí, no hacen nada, salvo trincar y reglamentar y trincar más y volver a reglamentar, mientras el consumidor solo quiere (y eso paga) que lo transporten, circunstancialmente, en condiciones de comodidad, higiene y seguridad. El viajero opta/paga a una empresa, quizás al taxi (con su luz verde y su letrero SP), acaso a una VTC, y lo demás son cuentos.
En mi niñez, los domingos solo abría el despacho de pan y leche. De noche, si hacía falta una farmacia, ¡menuda odisea para encontrar la de guardia! Mi adultez ha sido una letanía de guerra/propagandas: la del pan, la de los grandes centros comerciales, la de los horarios de apertura, la de las rebajas, la de las farmacias de 24 horas... Siempre igual. No se puede. ¿Por qué no? La ley lo dice. Pues que la cambien. Yo defiendo mi negocio. Yo compro donde me da la gana. A ver lo que dice el alcalde. ¡Que diga misa!
El partidario de la restricción -la que fuere- afirma que Moisés bajó de la Zarza con las reglas eternas del comercio justo, tal como a él le conviene, pero el pobre Moisés solo pudo acarrear 10 Mandamientos, y ninguno estipula cómo ha de comportarse el consumidor. Treinta siglos después, la misma fatiga: el vendedor parapetado tras su mostrador, más o menos próspero; el comprador, mirando cómo gastar su tiempo y su dinero con menos dolor de corazón.
Los chóferes de taxi y de VTC no son funcionarios, no ocupan plaza fija por oposición. Que respeten el tráfico y paguen impuestos, pero ¡fuera concesiones y mandangas! Que se ganen la confianza del cliente y se las entiendan con Hacienda, la misma que atosiga al pasajero. ¿Por qué tiene que haber solo un VTC por cada 30 taxis? ¿Por qué tengo que coger el primer taxi de la fila, si me gusta más el cuarto? ¿Quién decide que tenga que llamarles con antelación, quién vigilará desde dónde llamo? ¿Quizás el que me larga morrillazos de camino al aeropuerto porque he elegido otro vehículo? Repitan conmigo, por favor: servicio. Ser-vi-cio.
En la soberbia película 'Collateral' (Michael Mann, 2004) sucede la rareza de que Tom Cruise hace de malo. Encarna a un asesino profesional que toma un taxi nocturno y, en cada parada, se carga al menda de una lista negra. En lo que se percata del asunto, Max, el conductor, le va contando que lo del taxi es temporal -aunque lleva 10 años haciéndolo- y sueña con montar una empresa de limusinas. A ratos Max se emboba con la postal de una isla coralina (con su balandro) o un folleto de cochazos, y el avispado espectador nota que hay 2 niveles de servicio: la tartana de siempre, para la plebe neolítica, y el buga flamante, para el viajero siglo XXI, al que le gustan las 'apps' más que las tizas y viaja, si se tercia, hasta con desconocidos.