La Historia deja en su recinto pocas huellas notables. Es el «siglo nobilísimo», como le ha llamado don Francisco G . Camino y Aguirre. Es el siglo en que la llegada de los primeros capitales labrados en América, junto con las frecuentes pruebas de hidalguía a que debían someterse los emigrantes en los lugares de su emigración, provoca la exaltación del espíritu nobiliario, siempre latente en esta tierra. Los repatriados labran en las portaladas ostentosas de sus viejos solares, las armas de sus antepasados. Y el puerto santanderino ve el paso de estos hombres que, enriquecidos en Ultramar dan que hacer a los reyes de armas, «que trabajan casi exclusivamente para la Montaña»
Pero la vida de la villa es en extremo lánguida.Hubo un momento en que se creyó en un renacer venturoso: fué cuando a fines del siglo un comerciante holandés firma con el Ayuntamiento unas capitulaciones para establecerse en el puerto los mercaderes holandeses e ingleses, residentes en Bilbao y otras plazas españolas. «Pero cuando los mercaderes extranjeros comienzan a establecer sus tráficos, estalla la guerra de Sucesión, que da al traste con
aquel breve período de abundancia.»
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