Dicen que soy sugestiva, que somatizo, que acumulo tensión y mi cuerpo me obliga a frenar. Dicen. Siempre nos ponen adjetivos gratis. Nos definen sin pararse a pensar en las consecuencias. ¿Recibirán ellos también su dosis de calificativos? Con la misma ligereza, con la misma crueldad con la que ellos sueltan el veneno. A menudo lo pienso.
Dejé de escribir hace seis meses porque me noquearon. Qué floja, pensaréis, dándome de nuevo otra definición. Me dispararon a traición, por la espalda, y me ha costado reaccionar.Quizá estas palabras reafirmen las que a mí me regalaron. Si queréis que os diga la verdad, tanto me da.
He vivido mucho en este tiempo. Miradas dulces, amigas nuevas, la comprobación de que l@s de verdad siguen ahí. Es@s atienden, curan, escuchan y parlotean para que sea más fácil insonorizar lo que rebota en esta cabecita. Junto al desmantelar una casa para montar otra, han habido viajes, conciertos, abrazos y andamios para sujetar lo que caía. Andamios firmes con nombres y apellidos que han hecho que no olvidara todo lo que soy.
Me han acompañado lecturas diversas e intensas. Lecturas de las que no puedo hacer acopio de frases, como es mi costumbre, porque no sé si andarán en la caja 22 o en la 17. Lecturas que han saciado mi autoestima y mi sonrisa. Todas ellas hubieran merecido sus posts particulares, mis pensamientos en aquel momento que ya están difusos. Ahora se mezclan con tantas otras que las han sucedido y se han sumado a ellas.
Leí lo nuevo de Edurne Portela, Laura Ferrero o Ben Clark. Yendo de la desgarradora memoria histórica a la hiriente sinceridad o la sorpresa de los íntimos versos del Círculos negros. Aluciné de nuevo con la capacidad de Verónica Gerber Bicecci para desmontar las palabras y decirnos que pueden sonar o leerse fuera del papel. Descubrí a Jean Rhys en ese Ancho mar de los Sargazos brindándome momentos irrepetibles. Hasta llegar a Ana Llurba y reinventar los cuentos clásicos a la vez que anotaba títulos y títulos y autoras y más, todas pendientes. Son solo una muestra de las páginas que he ido pasando, de las que he ido aprendiendo y sanando mis heridas. Cicatrices ya.
Siempre acabo en Leila Guerriero y reconozco que los libros nos salvan. Ocupan minutos donde lo otro no duele. Recrean historias paralelas a las nuestras y nos dan las respuestas que no somos capaces de articular. Nos ofrecen caminos por recorrer y aprendizajes lejos del mundanal ruido. Conseguimos con ellos acercarnos un poquito al origen del ronroneo en el estómago. Nos acercan a aquellos con los que los compartimos, desgranamos, estrujamos y los hacen un poquito más nuestros, a los libros y a ell@s. Por eso creo que me he salvado.
Por eso y por haber superado un curso colosal, por haber aprobado una nueva oposición en plena pandemia, por resistir diez meses sin mi hermano, por mantener la ilusión de dos clubs de lectura, por disfrutar de mis alumnas como si fueran las últimas, por no caer del todo y saber que sigo siendo yo por muchos adjetivos que me pongan. Y sí, me justifico porque me hace falta, porque subir de nuevo la bastida no es sencillo, pero sigo siendo yo por muchos adjetivos que me pongan.