En Baños, de nuevo, nos quedamos sin suerte y no pudimos ver el Tungurahua, que todavía se encuentra activo y que desde el columpio de la casa del árbol se debería ver. Sin embargo las malvadas nubes negras siempre se oponen entre él y yo. Otra vez será... Hicimos la famosa visita al pailón del diablo y nos sorprendimos con la espectacular ofrenda visual que nos brinda la cascada de Rio Verde.
Proseguimos después hacia Alausí, un pueblito perdido en el tiempo famoso por uno de los tramos del ferrocarril transandino que antiguamente se hacía subido en el techo de los vagones, pero que en los últimos años han reformado para que se haga como debe ser, desde dentro del tren. La ruta recorre unos paisajes muy bonitos hasta llegar a un punto curioso, llamado nariz del diablo. En este punto, el tren baja la montaña por una pendiente abrupta haciendo un zig-zag al borde del precipicio. Para hacerlo, cientos de trabajadores murieron a golpe de derrumbe, frío y explosiones, logrando así el paso desde los andes hasta la costa en un tiempo récord. Aunque suena escalofriante, no produce tanto vértigo como uno puede pensar en un principio, pero es curioso de visitar y sobre todo conocer su historia.
Malamente se puede apreciar por donde va la vía. Con todo el sol de frente, hice lo mejor que pude con esta foto :(
Finalmente llegamos hasta Cuenca, donde sólo podíamos pasar una noche, y donde lamentablemente, al ser domingo, todo se encontraba cerrado. Una pena que mis padres no pudiesen disfrutar de esta ciudad con tanta vida, sin embargo pudieron ver tranquilamente los mil y un monumentos de los que presume la Cuenca ecuatoriana.
Y de regalo dos fotitos del Parque Nacional El Cajas (el venado no lo encontré por casualidad, el pobre estaba encerrado, en un sitio bonito y amplio, pero encerrado)