- ¿Usted cree que el silencio puede ser una de las bellas artes?
- Sin duda alguna, señora. Y la tartamudez, una artesanía.
Desde el palomar de Hita, Camilo José Cela, Plaza & Janés, 1991
- ¿Es usted un fiel seguidor de Harpócrates?
- ¿Por quién me toma? Un respeto y una cosa, por favor.
- No se sulfure, cristiano. Quiero decir qué si le gusta el silencio.
- Pues hable claro ¡coño! que no cuesta una puta mierda.
- Vale, vale. Usted disculpe, pero ¿le gusta el silencio o no?
- ¿El propio o el ajeno?
- El silencio es el silencio, sin adjetivar.
- No se me ponga pedante que yo también sé alguna cosa:
Santo Silencio profeso;
no quiero, amigos, hablar,
pues vemos que por callar
a nadie se hizo proceso.
- Pues sí señor; bonita y aleccionadora cuarteta. También decía Benedetti que: hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio.
- Sí, pero por contra, Rafael Lasso de la Vega dejó dicho: Allí donde el silencio se rompió, las musas danzaron.
- Pues no le veo la contra. Me parecen perfectamente compatibles ambas frases.
- Vale, “pa” usted la perra gorda. ¿Y esto nos debía llevar a alguna parte?
- Pues no lo sé, la verdad. Lo cierto es que hoy quería hablar sobre el silencio.
- Pues fíjese: yo creo, que sobre el silencio, mejor callar. Para no romperlo, quiero decir.
- Ya lo sabía buscador del chiste fácil. Hay mas de un tipo de silencio. Está el silencio pasivo: ese silencio que contiene timidez, introspección, misantropía, desdén e incluso cobardía. Y está el silencio activo: ese que se utiliza para reflexionar, para escuchar, para conocer.
- Si unas líneas más arriba no hubiera dicho que el silencio no se debe adjetivar, esto le hubiera quedado bordado. Pero ya ve: El hombre es el rey de sus silencios y el esclavo de sus palabras.
- Ya veo que usted utiliza la misericordia, no como virtud compasiva, sino como puñal con el que asestar el golpe de gracia.
- Así se las ponían a nuestro señor don Fernando, el séptimo de los de su nombre y el más infame que la historia de España conociera.