
No se oyen las peleas de los niños que siempre quieren el juguete que tiene el otro. Nadie corre a decir : "Mamáááá, que me está pegando". Nadie me pide que le limpie el culo cuando estoy terminando de comer. No se oye la voz de mi santo quejándose de que el salón parece un rastro (a pesar de que lo parece), ni sus regañinas para que los enanos recojan. Ni siquiera suena el run-run de la lavadora, al final de la cocina. Sólo se oye el ruido de los coches que pasan por la calle. Y mi respiración. Porque ellos ya están en Tenerife y a mí me queda un mes más de silencio.Maldito silencio.
