Revista Educación

Silencio

Por Siempreenmedio @Siempreblog

SilencioSilencio. Silencio. Yo, que vivo con la radio puesta, con el teléfono enchufado a la oreja o en eternas tertulias de café, ron y risas. Yo, que convivo con el estruendo de la ciudad, me sentí el otro día conmovida al leer en negro sobre azul en una gran valla publicitaria esta mágica palabra. Silencio.

Silencio. La leí y añoré esa experiencia, me imaginé que la escribió una persona anónima, llegué incluso a barruntar los motivos que le pudieron llevaron a ello y recordé ese plácido bienestar que genera el vacío auditivo del campo, de la estepa, del ártico… Silencios que realmente no lo son, pero que desprenden y contagian paz. Me asqueó pensar que vivimos en una sociedad que no para de crepitar, que cohabitamos entre el escándalo con teléfonos sonando sin parar, con televisiones vociferando en todo momento, con coches que no paran de pitar… Ruidos que anulan pensamientos.

Silencio. Al meditar sobre él, descubrí la razón por la que me gustan tanto las mañanas, esas horas en que la ciudad todavía duerme y el silencio es todavía el dueño. Encontré el motivo por el que nunca me terminaron de convencer las discotecas, ni los bares de copas en los que los decibelios te impedían escuchar otra cosa.

Entonces decidí recuperar mi silencio, dar voz a los murmullos de los otros. Acordé conmigo misma dejar más espacio al armónico tic-tac de los relojes de pared y a esa nana cantada a media voz por mi madre; familiar melodía que nunca terminaba de escuchar porque esos susurros en clave de Sol hacían que me rindiera mucho antes de que llegara a su fin… Recordé como antes del tercer arrorró me daba por vencida, mis párpados caían como plomos sobre el mar y… entonces, sólo entonces, volvía a recuperar ese ansiado, apacible e inocente silencio del sueño infantil.


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