Me dijo, casi callando, callado, lo que no dijo diciendo, y dejó un entre líneas que no quise leer. Hay signos que sólo hablan de síntomas ajenos, desapropiados, impropios, que dicen más de ellos que de los otros a quienes intentan dilapidar. Me fui dejando su silencio abismal, abismado, de tironeo insípido para intersticiarme sin entrar a esa probeta de juicios indefinidos que intentaba fecundar. Gritó, tarde, cuando su presencia era sólo el rastro de la náusea que provoca un tarde. Y aunque era de noche, supe, que ese tarde era el inicio de mí silencio aprendiendo a nadar en el bullicio de los que gritan para silenciar hasta lo no dicho. Y dije, mí silencio no otorga, estoy en la mirada que habla y la sonrisa que la confirma.
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