Revista Opinión

Silenciosos Guardianes

Publicado el 22 junio 2019 por Carlosgu82

Silenciosos Guardianes.

Entonces yo no lo sabía, no lo conocía por ése nombre. Sin embargo, el caminar durante horas y horas por las vías del tren. Ver uno a uno los borrosos durmientes desaparecer. Y sentir como todo aquello que me rodeaba se iba degradando poco a poco;  provocaba en mí la misma ataraxia que hoy solo consigo gracias a la meditación.

Doce kilómetros de vías férreas separaban el pueblo, de aquello que había comenzado como un escondite, luego como un refugio y que por último había terminado por ser mi hogar. Recuerdo que pasaba varias horas del día caminando sobre las vías, para poder volver a casa. Durante aquellas largas caminatas, había aprendido a mirar de distinta manera a los elementos de aquél singular paisaje. Algunos de orden natural y otros   artificial: un herrumbrado arado, un viejo roble -tan viejo como todos los robles-, un inexplicable pedazo de muelle y por último, una pequeña ventana alojada en el único trozo de pared que aún quedaba en pie.

Yo los había dotado de carácter y personalidad a cada uno de ellos. Durante mis largas caminatas les había tejido elaboradas historias que justificaban su fin. Es así cómo aquel pedazo de pared, por ejemplo, tenía como único fin contener a la ventana por la cual yo podía saltar cuando fuese necesario, y así escapar al reinado del emperador amarillo.

Yo ignoraba que mientras más observas el  abismo, más posible es que sea  él,  quien te mire.

Con solo catorce años, yo me sentía tan insoportablemente solo como libre se puede sentir un simple vagabundo. Sin embargo, comenzaba a tener la certeza de que cuatro guardianes me miraban y me cuidaban desde las márgenes de las vías del tren.


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