Desde la Silla de Felipe II, una excavación en la roca granítica, el monarca seguía las obras del colosal y magnífico monasterio de El Escorial, idea original suya, durante el siglo XVI. ¿Realidad o leyenda? Investigaciones históricas han otorgado a este peculiar conjunto de plataformas escalonadas, asientos y otros elementos labrados sobre un canchal de granito a los pies de Las Machotas un origen prerromano o hasta incluso una recreación historicista del siglo XIX, según los gustos románticos de la época. Lo que nadie puede dudar es que se trata de un mirador excelente de una de las maravillas del mundo, aunque no ostente galardón oficial como tal.
Una de las versiones más aceptadas concede a este canchal granítico un origen rupestre de origen vetón, una especie de altar celta levantado por esta tribu íbera dedicado al dios Marte indígena y sobre el que se llevaban a cabo sacrificios rituales, sobre todo de animales. Y que por tanto no fue construido en la Edad Moderna ni sirvió de mirador de las obras del monasterio. La remota y rasante panorámica que la mole de granito ofrece de El Escorial, así como otros indicios, refuerzan la hipótesis.
La Silla de Felipe II./Esetena
Según esta versión, desde la Silla de Felipe II no se permitiría apreciar posibles problemas de planta o efectos, lumínicos o de otro tipo. También puede resultar paradójico que un rey de la talla de Felipe II, dueño y señor de dominios inabarcables por todo el orbe, se hiciese labrar un asiento, si no más cómodo, al menos algo más amplio. El monarca venía a estos parajes de San Lorenzo de El Escorial a cazar o pasear, pero cuando pretendía observar el avance de los trabajos subía siempre al monte Abantos o a San Juan, ambas alturas más cercanas y casi a pico sobre el monasterio.
La considerada como Silla de Felipe II, si el viajero que la observa la asimila a un origen celta, comprobará que guarda muchas similitudes con los castros de la antigua Ulaca (Solosancho), El Raso (Candeleda, también en Ávila) o Panóias (Vila Real, Portugal) Este último está orientado al noroeste como en El Escorial, tiene la misma curiosa forma abarquillada y conserva varias inscripciones romanas del siglo III que explican el rito sacrificial correcto para cada una de las oquedades (inmolación de la víctima, desangración de la misma, incineración de las entrañas, quema de otros miembros, mezcla de líquidos, lavados lustrales).
El monasterio de El Escorial visto desde la Silla de Felipe II./Esetena
Los sucesivos acondicionamientos del lugar y los muchos retoques del granito han ido enmascarando con el tiempo el entonces muy vetusto aspecto del conjunto, que recuerdan con fuerza el importante número de santuarios rupestres con altares escalonados y oquedades que distintos pueblos prerromanos de estirpe céltica levantaron por la península ibérica. Además, no existe documento alguno que atestigüe el uso del lugar como mirador por parte de Felipe II, ni ninguna inscripción.
Los defensores de la tesis que atribuye el bancal a Felipe II no dudan en afirmar que los cuatro asientos situados en la plataforma de la zona norte fueron mandados labrar por el rey para acomodar su estancia y de la quienes le acompañaban. Sus constructores, esgrimen, tallaron los asientos en la roca orientados hacia el colosal monasterio. Y el poderoso monarca, que era amante de lo esotérico, conocía perfectamente éste y otros enclaves de gran carga energética, lugares de poder.
Parte de la historiografíá concede a este bancal pétreo un origen vetón, celtibérico.
A unos pocos kilómetros de la Silla de Felipe II se encuentra otro altar, quizás más antiguo y menos conocido que el anterior; se trata del Canto de Castrejón, ubicado en una finca privada con ganadería brava. A diferencia de la protagonista de este artículo, el Canto de Castrejón sí tiene una inscripción regia de la época de Felipe II dedicada a su hijo, el que luego reinó como Felipe III, una segunda de 1803 de Carlos IV y, por último, una tercera de 1853 o 1855 de Isabel II. Quizás sí fue este sitio el escogido por el monarca para contemplar las obras de El Escorial. O quizás tampoco.
Sin dejar de lado el enigma histórico, la controversia y las dudas que envuelven este peculiar y mágico sitio, al viajero no le costará demasiado acercarse hasta el motivo central de la visita, que no puede ser otro que la fascinación que desprende el monasterio de El Escorial. Y una vez allí, dejarse llevar por el pasado de su magnífico panteón, su descomunal biblioteca o el austero dormitorio de Felipe II.
Dónde dormir: Miranda Suizo; Floridablanca, 18; 28200 San Lorenzo de El Escorial (Madrid); [email protected]; teléfono: 918904711.
Dónde comer: Restaurante El Charolés; Calle Floridablanca, 24; San Lorenzo de El Escorial (Madrid); teléfono: 918905975.