

Situémonos en el siglo I antes de Cristo, en la costa de la Cirenaica, actual Libia. Si heredaste de tu abuelo una plantación de silphium estás de suerte, eres rico. Según el historiador Plinio El Viejo, tienes “el regalo más preciado que pudo dar la naturaleza al hombre”.
El silphium es una planta que vale para todo: para hacer perfumes, como condimento en cocina y como medicina. Pero su uso estrella es el de anticonceptivo, una especia de píldora del día después.
Un remedio milagroso. Y eso fue su perdición.

Como nosotros con el cerdo, del silphium los romanos lo aprovechan todo. Las flores para perfume, el tallo para condimentar alimentos y de las raíces se preparan medicamentos que, según también cuenta Plinio, sirven para casi todo. Se usa como analgésico para todo tipo de dolores, para bajar la fiebre, contra la indigestión, la tos, las verrugas, la retención de líquidos…
Pero lo más preciado es su resina, conocida como laserpicium, que sirve como anticonceptivo. Ya los griegos recomendaban para evitar embarazos una dosis mensual que mezclaba un trozo de resina del tamaño de un garbanzo con agua. En sus crónicas, Plinio describe el uso de esta resina empapada “con lana blanda como un pesario para promover el flujo menstrual”. Tras el coito la mujer se introducía ese trozo de lana por la vagina a modo de tampón y el silphium hacía de las suyas, funcionando como la píldora del día después.

Ese uso –también se extendió su fama como afrodisíaco– es lo que convirtió a la planta en un tesoro. Las semillas, con forma del corazón que usamos hoy día como símbolo del amor, llegaron a valer su peso en plata. Desde todos los rincones del imperio, la gente con posibles –no era un remedio al alcance de todos– demandaba una planta que les permitía una mayor libertad en sus relaciones sexuales, lo que nos indica que algún resultado debía de dar; al menos ellos estaban convencidos. Y no era solo cosa de curanderos, también los principales médicos de la época lo recomendaban.
Que no les vendan silphium
El ‘oro verde’ hizo muchas fortunas y convirtió a la colonia de Cirene en un emporio comercial. Su imagen fue recogida en monedas de oro y plata que se acuñaban de dicha ciudad; también aparece en mosaicos y otros lugares. Todo homenaje era poco a lo que se consideraba, como decía Plinio, un regalo de los dioses.

Pero los dioses siempre regalan con condiciones. En el caso del silphium, el inconveniente fue que era una planta silvestre que no se dejó ‘domesticar’; todos los intentos de trasplantarla o cultivarla en otros lugares acabaron en fracaso. El silphium crecía únicamente en los alrededores de Cirene.

En todo caso, las referencias al silphium solo llegan hasta finales del siglo I después de Cristo. Según la leyenda, se le llevó al emperador Nerón la última planta viva que existió.
Sea por su eficacia real o por su excelente marketing; el silphium se convirtió en algo tan valioso que conseguimos eliminarlo de la faz de la tierra.
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