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Cap. 2
Cuando el gordo terminó su botella la arrojó hacia atrás. Escuché el estallar del vidrio.
—¿Conoce a alguien en Harvestville?
—No. A nadie —dije, y tiré mi botella en la cuneta. Un insecto se reventó contra el parabrisas. —¿A qué se dedica, Artie?
—Bueno, digamos que soy un hombre de negocios —, el gordo me regaló una sonrisa llena de ironía. —-Maquinaria agrícola sobre todo. Páseme otra cerveza, quiere.
Me volví otra vez hacia la nevera y cogí una sola botella. El gordo la abrió y tras un largo trago eructó. Conectó de nuevo la radio. Habían terminado las noticias y ahora cantaba uno de esos grupos de negras. Las Ronettes o alguno parecido. El Cadillac parecía deslizarse sobre el asfalto. El sonido del motor apenas era un ronroneo. Sí, era un buen coche. El gordo tarareaba y silbaba y de vez en cuando se pasaba el pañuelo por la cara.
—¿Va a quedarse mucho tiempo allí?
—No lo sé aún. Depende si cambia el tiempo o no.
—En el motel que hay junto a la gasolinera puede preguntar por Jim. Dígale que va de parte de Artie el Malva. Le hará un buen precio. Jim siempre me llama el Malva. Apuesto a que sabe el motivo.
—Es su color favorito. No hay más que ver el coche y su traje.
—Bingo. El malva es mi color de suerte. Todos mis trajes son malvas. En una ocasión gané un montón de pasta con un caballo de ese nombre. Cien mil pavos. Desde entonces siempre me he dicho: "Artie, apuesta sobre seguro. El malva es tu color".
—Es un bonito color, sí. Me gusta también.
—Vamos a celebrarlo. Acerque más cerveza, amigo —, de nuevo arrojó la botella vacía hacia atrás.
Esta vez cogí dos botellas. Sólo quedó una y la enterré bien en el hielo. El gordo las abrió y comenzamos a beber. El paisaje era siempre idéntico. Alguna bandada de cuervos manchaba de vez en cuando el cielo sin nubes, de un azul profundo. El gordo soltaba el volante con la seguridad de que la dirección no variaría en absoluto. En la carretera no había la más mínima inflexión. Se limpió otra vez la calva y se puso el sombrero. El viento agitaba el ala con un ritmo constante. Los maizales eran aún de un verde tierno. En un par de meses las cosechadoras habrían dejado el terreno cortado al cepillo. En la radio se sucedían los anuncios de refrescos y copos de avena.
—Sin bromas. Aún no me ha dicho qué es lo que le trae por aquí, Harry. ¿Era Harry o Barry?
—Jerry.
—¿Y bien?
—Se podría decir que me he escapado —, el gordo se rió al escuchar mi respuesta.
—No me dirá que se ha fugado de la cárcel, ¿verdad?
—No. Algo peor. Me he escapado de una mujer.
—Bah —dijo agitando una mano y dejando las risas—.-Le será duro si es la primera. Yo ya he mandado al infierno a unas cuantas. Sí, de ésas acaparadoras. ¿Sabe?, dejaron de interesarme en cuanto comprendí que me resultaba más barato pagar a fulanas.
—Me escapo de una fulana, Artie.
Fue entonces cuando sobre un repecho se destacó un brillo que se acercaba. "Polizonte", dijo el gordo. En efecto, era una moto de policía. De manera automática guardé mi cerveza entre los pies. El gordo, en cambio, siguió bebiendo.
—Es la policía, Artie.
—Pierda cuidado, amigo —dijo empinando la botella.
El policía nos pasó a media velocidad dirigiendo su mirada al coche. A poca distancia dio la vuelta y conectó la sirena. Fue como el aullido de un perro en medio del silencio de los campos. De todas formas el estrépito duró poco porque Artie detuvo el coche. Seguía chupando el gollete con total tranquilidad, desafiante. El policía había parado su Harley delante de nosotros. Se bajó con lentitud de jinete y se sacudió los pantalones. Al igual que el gordo Artie, llevaba unas gafas de sol. Sobre el uniforme color arena relucían las insignias. Puso las manos en la cintura y luego sin disimulo, se ajustó la entrepierna. Después caminó haciendo sonar la grava bajo sus botas engrasadas. Cuando llegó al coche puso una mano en la esquina del parabrisas. El gordo acompañaba con un silbidito la canción de la radio. El policía se inclinó un poco hacia Artie. El casco reflejaba el sol como un espejo.
(to be continued...)
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